Venía de un tiempo antiquísimo, donde la pobreza obraba en trauma de las mayorías. Otros coetáneos suyos, como su amigo Juan Marinello, confesaban la herida doliente de saber de cerca la condición colonial que, ya sin la atadura de la metrópoli, se resistía por no morir.
Había nacido en Jovellanos, Matanzas el 29 de agosto de 1894, pero tras el deceso del padre, fue con la madre a Manzanillo donde radicaría durante casi toda su existencia. De la mano amorosa aprendió a leer y a escribir. Cuando luego el aprendizaje devino oficio literario, el dinero recibido sería para ayudarla a conseguir un mejor espacio donde vivir.
Solamente tenía Manuel Navarro Luna 20 años cuando escribió el soneto Socialismo. Fue una clave permanente a lo largo de su vida: ejercitar las métricas heredadas del canon literario en lengua española, pero desde el contenido de compromiso con las ideas de la emancipación universal del trabajo.
Jamás renegó de sus ideas, bien definidas aún antes de su entrada formal al partido de los comunistas cubanos en 1930. Habría que reconocerle el valor personal, en un momento de cruenta represión machadista que, como se sabe, jamás reparó ni en fronteras ni en sórdidos métodos. No sería la única vez.
El poeta era vecino de Joaquín Casillas Lumpuy, el asesino de Jesús Menéndez. Jamás se cansó de denunciarlo en las audiencias y en actos públicos. Hasta hoy trascienden anécdotas de choques verbales del escritor con el cruel verdugo. Sería conveniente recordarlas, sobre todo ahora en que se publican versiones que imputan al muerto y exoneran al sicario.
Crecimiento ético y estético
La producción poética denota el crecimiento ético y estético del autor. Las primeras páginas exponen al sujeto lírico que parece conversar consigo mismo, sobre temas que imagina circunscritos al reducido espacio de la comarca donde radica. La crítica suele clasificarlas de intimistas y provincianas.
Luego irá sumando los problemas que ya sabe universales, en la poesía militante que anuda el abrazo a la República Española herida por la daga fascista. Pero la fragua siguió siendo esencialmente cubana, como aquel canto a Santiago de Cuba, donde se le canta al tanto heroísmo, en el tributo al General Antonio y a la heroica madre Mariana.
Hay un sonido especial en el ritmo de la poesía de Manuel Navarro Luna. Lo consigue un deliberado empleo de la rima. Tal vez resulta todavía inexplorado el papel de la música en la factura de sus versos. Desde niño estuvo también conectado con ella, y hasta se le cuenta en la primera plantilla de la Banda Infantil de Música de Manzanillo.
El legado poético del revolucionario tendría en la fibra misma la transposición artística de la cual hablaban Rafael Soler y Aida Bahr, o la intervinculación artística tan recurrida por el profesor José Orlando Suárez Tajonera. Existe a lo mejor todo un mundo por descubrir en esas vibraciones del son en unos versos que no se cansan de defender a Cuba y a la obra monumental de la Revolución.
En una casa que mira al Golfo de Guacanayabo vi una placa que fija su nombre. Otra hace lo mismo en el hotel Colina en La Habana, muy cerca de la escalinata universitaria por donde diariamente escalan los sueños por una patria grande. No muere realmente el hombre de la despedida triste del 15 de junio de 1966. Aún reúne en sus manos las horas, para conectarnos la gloria de un tiempo viejo con la tarea siempre joven de crear y de salvar la Utopía.