PERCUBA: por los caminos de la mar

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La Sociedad de Percusionistas de Cuba (PERCUBA), fue uno de los foros más ecuménicos en la historia de la música del país. Lamentablemente se perdió en el camino. Y lo peor, no logró sembrarse en el recuerdo colectivo. Había sido creada oficialmente el 7 de mayo de 1992. Congregaba un espectro impresionante de autores, de intérpretes, de investigadores y de constructores de instrumentos, tanto de la denominada vertiente culta como de la popular.

En una misma sesión de taller, de ejecución y de pensamiento, estuvieron juntos maestros del timpani, el clásico membranófono de las orquestas sinfónicas, y del parche numeroso de las claves esenciales de la nación. La fecha tampoco fue una selección fortuita ni arbitraria. El fundador, el ya fallecido investigador Lino Neira Betancourt, extendía así un tributo al Conjunto Folklórico Nacional y al siempre presente musicólogo cubano Argeliers León. Pero ya nada de eso existe.

PERCUBA realizó a lo largo de su breve, pero intensa existencia, una tarea de acendrada validación. Durante mucho tiempo, los músicos de la llamada cuerda popular se quejaron de estar en un orden secundario. Y dentro de ese entramado, los percusionistas se sentían usualmente como la última carta de la baraja. El proyecto contribuyó a cambiar los modelos de actancias que la semiótica propone.

Los festivales de cada primavera, suponían un hecho de auténtico crecimiento. Allí concurrían el toque exacto de la calle, con la rigurosa exigencia de la academia. Cada quien ponderaba en ese trabajo conjunto su ritmo interior, que no es otra cosa que la condición humana de percutir al pasar. Ese es, en definitiva, el latido de Cuba. Miguel Matamoros lo había hecho saber desde su famosa pieza: La mujer de Antonio camina así. Hay una tocata muy cubana, que constituye también un sello de identidad al discurrir por el mundo.

Durante aquellos días memorables, se verificaba la idea martiana de la libertad. Cada espacio de reflexión, cada libro, representaban un mejor estado de espíritu. Mucha música se concibe por pura intuición. El juicio musicológico revela entonces la interrelación del quehacer artístico con las ciencias duras. El rumbero de raigambre callejera, aprendía definitivamente cómo sonaban sus tambores a la luz de las longitudes de onda, de las leyes de la acústica, de los valores físicos y matemáticos.

La Sociedad PERCUBA no tuvo sede jamás. El Instituto Superior de Arte (ISA), donde el fundador Lino Neira Betancourt, y el viejo profesor Domingo Aragú, tuvieron cátedra, les sirvió de lugar de concurrencia. Aquel camino azaroso halló luego estaciones de apoyo en la casa de cultura de Plaza de la Revolución, y en el Teatro Auditórium Amadeo Roldán. Nunca hubo un sitio fijo.

Como era lógico, debió autogestionarse en el orden económico. Se las vio muy difíciles ante la maraña burocrática. En tanto se preservó la unidad interna, la obra se salvó. Pero la nave empezó a hacer aguas. Ante el peligro de un naufragio, el Presidente-Fundador reunió a la tripulación y propuso ir a puerto y detener la aventura. No pudo ocultar su profundo pesar. Poco tiempo después falleció. Luego llegaron generaciones emergentes, que radican la misma familia con el viejo claustro. Para muchos, sería pertinente ir al muelle de la congregación, zarpar otra vez.

El renacer de PERCUBA implicaría nuevamente el deslumbramiento, el homenaje a quienes no están, seguir, como afirma el ensayo, haciendo patria por los caminos de la mar.

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