La Habana, 17 may (RHC) Difícilmente a alguien nacido en el campo, con tanta raíz en el surco como una plantación de yuca o de maíz, no le llegue cada 17 de mayo, por intermedio del recuerdo y de la gratitud, esa sensación de tierra húmeda, recién removida por el arado, o aquel olor a estiércol de vaca que manaba de la vaquería cercana al caserío.
Imposible sustraerse, un día como hoy, de cientos de imágenes, amontonadas durante décadas, de campesinos cortando tallos de plátano y acomodándolos sobre una carreta para su posterior traslado y venta, en la comunidad o en el pueblo.
A quienes durante 65 años –desde que se firmó la Ley de Reforma Agraria–, o 63 –cuando nació la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP)–, han sacado a su finca o parcela el zumo productivo que tanto agradecen miles de familias cubanas, llegue, aquí mismo, la reverencia de un pueblo entero.
Pensando precisamente en ellos, en la vergüenza e incondicionalidad que siempre los ha caracterizado, miro la pequeña foto que días atrás captó mi lente fotográfico. Muestra a una anciana parada junto a una de esas carretillas que venden (revenden) boniato, yuca, calabaza, cebolla, piña…, en fin, alimentos del agro.
Ninguno de esos productos devino inspiración para tomar la imagen. Fue la silueta de la anciana, contando y calculando el dinerito para determinar, de aquella variada oferta, qué podría en realidad comprar.
Si placitas, mercados agropecuarios estatales y otros espacios similares estuvieran, no abarrotados, sino al menos bien surtidos y con cierta variedad, como suele decir el guajiro, «otro gallo cantaría».
Por eso es preciso entender, de una vez, cuán necesario y estratégico es que tanto las estructuras estatales como el sector cooperativo y campesino claven bota en surco y propicien un progresivo y sostenido ascenso hacia niveles productivos, de distribución y de consumo, impostergables en la coyuntura actual para la familia y la sociedad cubanas.
Brazos, inteligencia y laboriosidad hay en muchos nobles campesinos y agricultores que no declinan machete y azadón frente a todo lo adverso que se atraviesa como palo de cañada. (Fuente: Granma)