103 años cumpliría hoy Arsenio Rodríguez. Se inicia una jornada de descuento por el centenario de una de las figuras imprescindibles del son cubano de todos los tiempos. Aún le dicen El Ciego Maravilloso, con lo cual epíteto y signo vienen a ser la misma cosa a la hora de hacer recuentos y juicios musicológicos.
Cuentan que de manera coyuntural nació en Güira de Macurijes, Matanzas, aunque su espacio natural, reconocido, constitutivo, es el barrio de Leguina en Güines, donde los recuerdos son todavía fundadores, esenciales, imprescindibles. Es una fuente de la rumba, estación ideal de un son que vino desde bien al oriente, donde concurren los creadores buenos.
Arsenio Rodríguez pertenece a esa nacencia, a ese tipo humano que sabe escuchar el mandato de la tierra que siempre cristaliza en mensajes sonoros, acreedores de la mejor música de la naturaleza. Su nombre implica renovación: el surgimiento del conjunto es sinonimia de revolución. Las trompetas en mayor número, las tumbadoras y el piano, llegaron decisivamente juntos en la idea de Arsenio.
Refrendó en su obra que el ingenio es una de las cualidades inevitables de la música popular.
Arsenio Rodríguez representa un sonido sencillamente irrenunciable a pesar de los caprichos y, por qué no, de las necesidades de la moda. Su trabajo, además de mover y de conmover a las pistas, se convirtió en nexo constante, eso que el pensamiento denomina ley. Arribó a ese sitio por intuición, y desde entonces se hizo obligación.
Arsenio Rodríguez es un camino de la salsa latina, un motivo para la alegría de millones, una razón de ejercicio para creadores y para intérpretes. Sus 103 años nos convocan desde ahora al homenaje merecido por tanta música que enaltece a lo cubano.