“Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.”
José Martí.
Hay hombres que pueblan la historia, se inscriben en sus páginas por su heroicidad, y llegan a nuestros días con tamaña fuerza que cautiva, inspira y estremece. Antonio Maceo Grajales es de esos hombres que recurre siempre como símbolo, por su dignidad plena, por la fiereza en el combate, por las tantísimas heridas que surcaron su cuerpo, por su actitud y compostura.
Tenía solo 33 años cuando el vergonzoso Pacto del Zanjón, pero le asistía la suficiente madurez política para rechazar a nombre de Cuba aquel manuscrito que concebía la paz sin independencia y sin abolición de la esclavitud.
La Protesta de Baraguá marcó para siempre la voluntad de Cuba de no claudicar, Maceo no aceptó lo contentivo en lo pactado en El Zanjón, contestó a su enemigo cara a cara no entenderse en ese plano y decidió con el mayor decoro seguir la lucha por la soberanía de la patria.
Maceo, uno de mis héroes predilectos, santiaguero además, fue el fruto de Mariana y Marcos, de quienes aprendió el rigor del trabajo agrícola y el amor a la patria como finísimo alimento espiritual sustentado con sabia materna.
Cuentan los historiadores que era alto, fornido, de tez morena, que tenía una dificultad en el habla, tartamudeaba, y que fue capaz de corregirla por su carácter atildado y por cultivar maneras que se acercaban mucho a lo que sería su forma de pensar.
Se dice que hablaba pausadamente, que se deleitaba con las lecturas de las obras de Víctor Hugo, el pensador más sólido de aquella época y de los poetas cubanos, sobre todo, José María Heredia, que tanto le impresionaba…
Poseía ciertas costumbres y hábitos que lo diferenciaban del cubano común no fumaba ni bebía; en esos tiempos de guerra dura y difícil, quienes lo conocieron se asombraban por su notable refinamiento, educación y cortesía
Su fortaleza alimentó el mito de su inmortalidad, su arrojo y prestigio suscitaron la envidia cobarde de quienes veían en la justeza de sus actos un estorbo para sus maquinaciones.
Enfrentó infames calumnias, que debieron dolerle más que las propias heridas físicas, pero siempre se mantuvo erguido, intransigente e intolerante con la traición.
Fue Maceo un héroe, pero también un hombre apasionado, que llevó junto a su deber con la patria la ternura más estremecedora hacia la mujer amada.
A ella, María Cabrales, su esposa, escribió inolvidables cartas de amor:
“En tu camino como en el mío, lleno de abrojos y espinas, se presentarán dificultades que solo tu virtud podrá vencer.”
Fue Antonio Maceo Grajales, un hombre que abraza la historia como un gran héroe, pero fue un terrenal, inteligente, apasionado, tierno, no ajeno a la envidia que tristemente aún en este siglo merodea a quienes brillan con luz propia.
Tenía solo 51 años cuando murió, 24 cicatrices de bala y arma blanca -en el tronco, brazos y extremidades inferiores, más dos nuevas heridas en el combate de Punta Brava que le arrebató la vida.
Este 7 de diciembre recordamos al guerrero, al cubano que nos legó más allá de su historicidad la enseñanza de que el decoro ha de acompañarnos siempre, en él va la pureza de la virtud.