Adelante Delena

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No. / No aceptes lo habitual como cosa natural. / Porque en tiempos de desorden, / de confusión organizada, / de humanidad deshumanizada, / nada debe parecer natural. / Nada debe parecer imposible de cambiar.//

 Bertolt Brecht

Usted dirá que soy porfiada porque insisto en hablar de Delena. Y es que luego de casi nueve meses, desde la última vez que nos vimos, la encontré para alegrarme y redescubrir que la felicidad está, definitivamente, enamorada de ella.

Con esa sonrisa larguísima que ilumina siempre su carita me recibió otra vez en la misma aula de su escuelita José Antonio Saco, junto a los mismos compañeritos, y como para dejar intacto el recuerdo de la vez anterior, allí también se encontraba su abuela Elena.

Me confortó sobremanera que invariable se mantenía en su puesto, frente a la clase de segundo grado, la maestra Alba, su maestra. Esta mujer tan terca como el más audaz soldado, sigue saliéndose con las suyas. Cada día para ella, y así lo comprobé, es un desafío a la hipoacusia severa de la pequeña Delena Beovides

Luego de conversar un poco con los niños presté atención a Alba que enumerólos extraordinarios progresos de Delena.

“Ya sabe leer correctamente y escribe al dictado, de maravillas. A la hora de redactar tiene un poco de dificultad todavía, pero he logrado que incorpore los artículos, las preposiciones, las conjunciones”.

“En las matemáticas es más hábil, me asegura con orgullo la experimentada pedagoga. Ella es muy pícara y aprende
 enseguida todas las trampitas que les enseño. Calcula con sobrepaso en la adición con números de dos lugares y ya se aprendió la tabla del dos. Ah, y sabe solucionar los problemas”.

“Estoy maravillada con la niña y más agradecida con la maestra”, me confesó su abuela Elena. Luego me contó cómo marchan las consultas con la Logopeda y la Foniatra, del tiempo que pasan juntas las dos y de esa necesidad insaciable de apoyar y permanecer cerca de la nietecita de siete años.

En el aula, sentado al lado de Delena, y deseoso por hablar estaba Raulito, su compañero en la vida escolar quien, sin sospecharlo o quizás conciente de ello, me ayudó a enriquecer esta historia que florece ahora en la página en blanco.

“Ella me quiere mucho, yo la ayudo y ella también a mí.” Me dijo con total sinceridad. Entonces le aseguré que a Delena la maestra la pasaría a otro puesto, con otro compañero de clase, y enseguida se puso serio. Yo me reí y él entendió que se trataba, por suerte, de una broma.

Otros niños también echan a volar anécdotas sobre esa pequeña que ya no se siente diferente porque, gracias al amor, está cada vez más lejos del mundo oscuro de la soledad y el silencio.

Y para borrar cualquier rastro de dudas respecto a sus avances, Delena tomó el libro y me leyó el cuento del oso y las abejas, pero también respondió a mis preguntas sobre las materias que más le gustan.

Luego le pregunté la tabla de multiplicar del dos, de manera aleatoria, y acertó en cada respuesta. Y para cerrar el delicioso diálogo recitó, sin dejar de sonreír, una poseía que aprendió sobre José Martí.

Al despedirme de Delena, sentí algo raro, como una especie de alivio. Agradecí el hecho de que todavía perduren los valores más auténticos de la Educación y de la familia cubana.

Como lecciones me llevé que la enfermedad más cruel puede ser vencida, que la infancia tiene muchos más misterios de lo que parece, que es un buen ejercicio dejar que aflore el niño que vive en nuestros cuerpos adultos, que la inclusión es un concepto que puede echar raíces si se concibe, ante todo, como una conducta ante la vida.

Pero lo más confortante es saber que existen maestras como Alba María Bolaños y abuelas como Elena Estévez. Es realmente una suerte, una bendición, pensé mientras decía adiós a la escuela del caserío el Perú donde está asegurada la felicidad de Delena.

Triunfar sobre la desesperanza puede ser fácil si, como dice  Bertolt Brecht, creemos que “nada debe parecer imposible de cambiar”.

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