Un Elpidio Valdés para mi niño

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El nuevo curso escolar en la medida que se aproxima me causa singulares emociones. Y es que mi pequeño Alessandro cumplirá el mes entrante cinco años de edad y ya está matriculado en el seminternado de Primaria Tamara Bunke, en la comunidad Valle del Perú, de San José de las Lajas donde comenzará una nueva etapa de su vida.

Compré los uniformes la pasada semana, pero él cuenta con otros que confeccionó casi a la perfección una diligente costurera del vecino municipio de Jaruco. Pero en el escaparate puede verse además una mochilita azul iluminada con la palabra Cuba que él ya conoce, aunque todavía no sabe leer.

Esta especie de ajuar que preparo casi con la misma ternura con que ideé su canastilla, también lo componen algunas crayolas usadas, tres o cuatro lápices, regalo de una amiga, una camiseta blanca nuevecita y un par de zapatos con los colores rojo y negro.

Estoy segura que otras familias hacen lo mismo por estos días, incluso las menos precavidas. En mis planes también se apunta y está subrayado en rojo comprar un afiche con la imagen de Elpidio Valdés para colgarlo cerca de su cama, en un lugar donde el pillo, insurrecto, manigüero mambí pueda mirarlo antes de marchar a la escuela para recordarle que con esfuerzo y amor todo puede lograrse.

Me gustaría también regalarle más objetos con las figuras de María Silvia y el Comandante Marcial, Eutelia y Pepito, y otros de los amigos y compañeros de batalla de Elpidio Valdés. Pero en la red de tiendas no se expenden cosas así o al menos no en la cantidad ni con la sistematicidad deseada.

Sin embargo, sí se comercializan en las mochilas, los merenderos y otros objetos infantiles las imágenes de superhéroes y caricaturas que distinguen la cultura de otros países Y no es que esté en contra de esto, sino que se trata de fábulas que se superponen al imaginario popular cubano, desplazando así los iconos que nos identifican.

Quien piense que omitiendo valores foráneos enriquece los nuestros anda sin dudas en el camino equivocado. Este mismo curso, por ejemplo, algunas madres de una escuela primaria de Mayabeque se quejaban porque prohibieron que sus hijos llevaran mochilas con imágenes de Dora la exploradora y otros personajes de dibujos animados, que ciertamente también instruyen y educan.

Pienso que la clave está en reformular las maneras de aproximar los personajes de las caricaturas cubanas a la cotidianeidad de la infancia y la juventud. Recuerdo que hace algunos años el propio Juan Padrón, creador de Elpidio Valdés, reflexionaba sobre el asunto. En ese momento él se preguntaba por qué Elpidio se había quedado en las hojas de las revistas o en la pantalla de la televisión cuando bien podría estar en las camisetas, los juguetes, las gorras y las mochilas de los niños.

Hoy, las pinturas de los más renombrados artistas cubanos de la plástica salpican las cortinas, las tazas, los jarrones y los cuadros en las casas de muchos cubanos dentro y fuera de la Isla. Sin contar que cientos de visitantes de otras latitudes terminan llevando a su geografía un pedacito de de la cultura de la mayor de las Antillas.

Los principios de la identidad nacional constituyen el mayor baluarte del proyecto socialista que se defiende en Cuba contra viento y marea. Y para sostener ese pilar fundamental no basta con llenar los mercados y la tiendas de comida, ni reducir los precios de los productos básicos.

Se impone más bien, llenar el espíritu de la memoria histórica y de lo más hermoso de la cubanidad. Se trata de saciar a la vez, esos dos apetitos a los que se refiere Onelio Jorge Cardoso en su cuento El caballo de coral: el del cuerpo y el del alma.

Pero, en tanto se busque una solución colectiva a un asunto vital para la formación y consolidación del sentimiento nacionalista, yo mantengo subrayado en rojo el nombre de Elpidio Valdés en mi agenda personal.

Y le aseguro que en septiembre ese pillo, insurrecto, manigüero, mambí que tanto ha hecho reír, aprender y soñar a los cubanos estará muy cerquita de mi pequeño Alessandro convidándolo a ser bueno, a tener valor y a amar lo suyo.

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