La toma de Las Tunas, Foto Prensa Latina |
El combate nocturno, cuerpo a cuerpo en la iglesia, significa lo cruento de la acción. Los mambises, con el torso desnudo, palpaban en la oscuridad, y descargaban el machete sobre quien llevara camisa. Por ahí están las memorias de Juan Ramírez Romagosa, quien describe el paso dificultoso dentro del recinto, en medio de las sombras, sobre cadáveres y charcos de sangre.
Era Las Tunas una plaza fuertemente defendida por infantería, caballería y artillería. Quizá sea la única ocasión en que un enclave así fortificado fuera tomado esencialmente al arma blanca. Para lograrlo, el Mayor General Vicente García González contó ciertamente con la información completa y detallada de cada trinchera, de cada fuerte, de cada cuartel. Se la ofreció un agente suyo dentro de las líneas enemigas, el francés Charles Philibert Peissot, un sargento de la Comuna de París.
Y en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1876, se abrieron a la libertad las puertas de muchas familias de la comarca, como hizo Amalia Lora, un nombre que casi por sortilegio logró remontar las criptas del tiempo. Y también muchos pobladores horadaron paredes y tapias de sus propiedades para que los combatientes, uno a uno, remontaran los perímetros de la ciudad, en el silencio más impresionante que jamás guardó tropa alguna en la historia.
Nadie como el León de Santa Rita para conocer a sus coterráneos. Previamente, se habían leído dos veces las disposiciones, donde se precisaba que “siendo amigas todas las familias y personas de la población que no pertenecen a la guarnición de tropas de líneas, hasta los voluntarios y comerciantes, ningún individuo penetrará ni hará daño en casa particular ni establecimiento alguno”.
Sí, las órdenes eran terminantes. En otra parte se consignaba que todo el que abandonara su puesto “sin orden legal del jefe de columna de que forma parte, y al que se separe de la misma con el objeto de saquear, será pasado por las armas”.
En el Diario de Campaña de Vicente García González se consigna que como Secretario de la Guerra, presenció los ataques de las tropas de Máximo Gómez en abril de 1874 a San Miguel de Nuevitas y a Cascorro, y confesaba sufrir por los atropellos y saqueos de que eran víctimas las familias.
No, en el pensamiento de aquel hombre eso era sencillamente injustificable en su tropa, a pesar de la adrenalina a raudales, como la de aquel pelotón comando de 18 expertos que entró a Las Tunas y liquidó en una operación a cuchillo a la guardia de la Plaza de Armas.
En asombrosa coordinación cronométrica, el coronel Francisco Varona González, y los tenientes coroneles Juan Ramírez Romagosa, José Manuel Capote y José Sacramento León (Payito), tomaron las difíciles posiciones enemigas. Y como había proyectado el jefe máximo de la acción, cooperaron luego entre sí para sostener las posiciones conquistadas.
En el Diario de Campaña de Vicente García González, publicado hace más de 20 años por el historiador cubano Víctor Marrero Zaldívar, aparecen todos los detalles desde la planificación hasta el éxito de cada operación combativa.
El propio Varona González (primo hermano del Mayor General) se sintió particularmente impresionado al pasar aquella noche por el patio de su propia casa, al recordar a familiares suyos, unos asesinados por la soldadesca española, otros muertos en extranjero suelo.
Y registra en textos que trascenderán límites de siglos, el fatigoso paso de una casa a otra, atravesando sigilosamente una calle entre dos puntos de guardia, ante los gritos de alerta del enemigo. El Mayor General Vicente García González estableció su puesto de mando en el portal de la casa de Manuel Agustín Nápoles, el padre de El Cucalambé, en el área que hoy ocupa la Plaza Martiana.
En la mañana del 23, ya los insurrectos eran dueños de la ciudad. Se sabe del mensaje del General al comandante Félix Toledo, jefe militar de la ciudad, donde lo conminaba a rendirse, lo cual se logró cerca de las 8:00 de la mañana.
Las bajas españolas fueron ciertamente numerosas, aunque nunca se pudo precisar el dato exacto. Más bien, la cifra que bien recoge la historia es la del más de centenar de prisioneros asesinados por orden del teniente Nicolás Rivero, y que tan alevosa mancha arrojó sobre el extraordinario triunfo mambí.
Seguramente pasó por la mente del León de Santa Rita la idea de conservar la ciudad como territorio libre, pero él mismo confiesa en sus apuntes no tener elementos suficientes, y resolvió incendiarla. El ya fallecido historiador Juan Andrés Cué Bada (el investigador más acucioso sobre el más polémico y controvertido de los jefes del independentismo decimonónico), siempre denotará la orden de Vicente de iniciar el incendio por su propia casa.
Dicen que ante el holocausto del pueblo a la libertad, pronunció aquellas palabras conmovedoras: “Tunas, con dolor en el alma te prendo candela, pero prefiero verte quemada antes que esclava”. Y anota en el Diario: “Concluyó pues mi pueblo del que tantos y tan diversos recuerdos tengo”. Y volverá luego para derribar la torre de la iglesia. Un eclesiástico español se quejará con acritud de que los insurrectos “traspasando los límites de toda venganza, demolieron la misma casa de Dios, el mismo santuario de la Divinidad”.
Fue un golpe terrible contra el integrismo hispano, con repercusiones ulteriores en el gobierno peninsular y en los mandos en este enclave colonial de ultramar. No creo que se le signifique tal cual fue. Eso tal vez se inscribe en la pretensión de minimizar la hoja de servicios del Mayor General Vicente García González, el hombre de los sonadísimos pronunciamientos en Lagunas de Varona y en Santa Rita, acusado de desmoralizar al Ejército Libertador, de ser el culpable del desastre mambí en 1878.
Para calificar la acción, trascendió el testimonio de Manuel Sanguily a partir de los recuerdos de Jesús Sablón Moreno, el General Rabí: “Tomaron la famosa Victoria el 23 de septiembre de 1876, mediante un asalto formidable que fue la obra maestra del cálculo, la astucia y la intrepidez prodigiosamente combinados”. (Los españoles bautizaron a la comarca Victoria de Las Tunas desde agosto de 1869, a raíz del fracasado proyecto del General en Jefe Manuel de Quesada.)
Tal vez la mejor explicación estaría en las palabras del Conde de Valmaseda, el peor enemigo de los independentistas cubanos, el hombre de la famosa Creciente que lleva su nombre, y que en cierta ocasión dijo del Mayor General Vicente García González: “Es el más osado y el mejor organizador de todos estos guerrilleros”.
toma de las Tunas. Foto periódico 26 |