La epopeya de una generación para salvar a la patria

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Las balas impactadas contra los muros del entonces Cuartel Guillermón Moncada, constituyen hoy huella imperecedera de una acción que resurge cada 26 de julio.                        

El tiempo no ha podido anular esa página de la historia, que aún bañada en sangre y lágrimas, certificó el valor y la entereza de los jóvenes cubanos.              

Los entrenamientos y prácticas de tiro tuvieron lugar en la Universidad de La Habana, el Club de Cazadores del Cerro y distintos sitios en las provincias de La Habana y Pinar del Río.                                                               

La armas, los uniformes y todos los recursos necesarios para la lucha se obtuvieron gracias a la voluntad y el sacrificio personal de los propios combatientes, conscientes de que el Moncada entonces era la segunda mayor fortaleza militar del país resguardada por unos mil hombres.                   

La única ventaja de los jóvenes rebeldes era la fuerza que supone luchar por una causa justa en bien del pueblo cubano y en defensa de sus derechos y su libertad.                                  

165 armas, principalmente fusiles calibre 22 y escopetas de caza constituían todo su arsenal que guardaron, junto a los uniformes y automóviles previstos para el asalto en la granjita “Siboney”, una pequeña finca de recreo situada en las afueras de Santiago de Cuba.                                                                        

El júbilo del pueblo santiaguero, la música y el colorido del carnaval que se celebraba por aquellos días, permitieron que los combatientes, originarios de varias provincias del país, pasaran desapercibidos.                                      

Para apoyar la acción del «Moncada» se decidió tomar simultáneamente el cuartel «Carlos Manuel de Céspedes», de Bayamo, ciudad situada en el centro de la provincia de Oriente y que constituía un importante nudo de comunicaciones terrestres.                                                       

Cuando solo restaban unas horas para el asalto, se le dio lectura al «Manifiesto del Moncada», redactado bajo la orientación de Fidel por el joven poeta Raúl Gómez García, quien dio lectura a sus versos «Ya estamos en combate».                                                           

Las palabras de Fidel no se hicieron esperar cual inspiración o himno de combate: “Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertad o muerte!”                               

Unas horas después, 131 jóvenes cubanos, procedentes de las clases y sectores más humildes de la población, protagonizarían una de las páginas más honorables de la historia de Cuba.

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