Mi abuela fue una guerrera en todo el sentido de la palabra. Tuvo 14 hijos, de ellos 10 hembras y 4 varones; además, 31 nietos, 25 bisnietos y 5 tataranietos. Su nombre, Beneranda Del Río Isaac, su credo: los suyos. Fue bella, con una fortaleza de alma que vencía cualquier obstáculo. Su mayor sufrimiento fue despedir a los hijos que
murieron antes que ella.
De manos hermosas y dotadas de verdaderos poderes para sanar. Acostumbrada al trabajo en el campo su piel se curtió con el rocío de los amaneceres, su garganta emitía, en cada alumbramiento, el placer de parir hijos para perpetuar lo que después llamó, su tropa.
Tenía al morir 98 años e hizo crecer a una familia hermosa con fuertes lazos de unión y solidaridad. Pero su mayor virtud fue su carácter de Mariana. Exigía, peleaba, gritaba cuando era necesario. En su trono, se entrenaba la obediencia y el acato. Sin perder la ternura, educaba a hijos y nietos con valores como la cortesía, el respeto a los
adultos mayores y el civismo.
En honor a la verdad les digo que somos muy humildes. Crecimos con el ejemplo del trabajo y el sacrificio. Nuestros antepasados nos legaron la honradez por encima de todo, nos enseñaron a practicar la generosidad y a querer a la patria porque en ella cristalizó nuestra idiosincrasia y creció nuestro largo árbol genealógico como un sello
de identidad.
Desde que tengo uso de razón y ya friso los 60, cuando ha habido problemas en mi familia nunca falta un hombro para el apoyo moral y material; por el contrario, sobran las manos cuando hay que socorrer a alguien necesitado. En cada parto, enfermo, funeral o festejos decumpleaños ahí está el “batallón”.
Y ni les cuento de las efemérides. Los fines de año, Días de las Madres y Padres, y en los cumpleaños colectivos la casa de Mamá, como todos la llamaban, se convertía en una verdadera gala familiar.
Ahora, que ella no está, abundan las anécdotas a los tataranietos y choznos que no la conocieron, entonces salen a flote aquellos álbumes, donde está en el centro como una diosa.
Yo tuve una sola hija y ella, dos bellas niñas, que a su vez procrearán muchos más. Orgullosa de mi familia, continuaré la tradición de inculcar el amor y la unión en cualquier circunstancia.
Aseguró el Papa Francisco: “Aquello que pesa más de todas las cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser recibidos. Pesan ciertos silencios. A veces, también en familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el esfuerzo se hace más pesado, intolerable”.
La felicidad también florece cuando estamos rodeados de los seres queridos, es esa una razón por la que es menester defenderla unidad y la armonía.