La existencia del Mayor General Vicente García González resulta altamente controversial. También lo fue su muerte. Lejos, muy lejos de la Patria aconteció la cruel agonía del hombre que ocupó la casi totalidad de los principales cargos del mambisado en la Guerra Grande. Ocupado en el cultivo del cacao en Río Chico, Venezuela, el prócer esperaba la hora de la nueva guerra. Su deceso lo impidió.
En el Diccionario Enciclopédico Militar de Historia Militar de Cuba, publicado por la Casa Editorial Verde Olivo, se apunta que “según la versión de su hija, allí fue asesinado por un español que le proporcionó vidrio molido en una comida”. En otras referencias, se expresa que fue envenenado. En 1986, se instituyó en Las Tunas la Medalla Conmemorativa por el Centenario del Asesinato de Vicente García González. Ciertamente fueron muchas las evidencias, pero no existe una prueba definitiva hasta ahora.
Comencemos por el testimonio de la hija. Se nombraba María y nació en el exilio venezolano en 1881, es decir, que era muy pequeña cuando su padre falleció. Por lo visto, la joven reunió recuerdos de la familia, y muy puntualmente los de su madre Brígida Zaldívar Cisneros, a quien el tal Ramón Dávila (el presunto asesino del General) no le era simpático. La esposa le habría recriminado el trato con aquel comerciante español, pero el veterano mambí no compartió jamás ese temor.
Fue un día de enero de 1886 que el señor Dávila invitó a Vicente a almorzar en su casa. Le dispensó, dicen, un plato de quimbombó que al jefe insurrecto tanto le gustaba. De regreso a su casa junto al negro Teno que no lo abandonó nunca, el General empezó a quejarse de un fuerte dolor abdominal. No pudo caminar más, y su ayudante debió de dejarlo a la sombra de un árbol en el camino en busca de ayuda.
Desde entonces y hasta el cuatro de marzo, lo aquejó una disentería terrible que se lo llevó a la tumba. En más de un lugar, se asegura que Teno pretendió ejecutar al presunto culpable, pero que el propio General lo impidió. Otro diagnóstico recogido por la historiografía significa una peritonitis. Por el diario del propio Vicente García González se sabe que sufrió de migrañas y de fiebres intestinales. Es decir, que ya en los difíciles años de la Guerra Larga, el hombre tuvo comprometida su salud, específicamente con una dolencia en el tubo digestivo.
En ese acopio de memoria afectiva de los suyos, la hija del héroe se cuidó mucho de emitir un juicio conclusivo, sobre todo ante el hecho recogido por ella misma de que no hubo autopsia. Obviamente compartía la sospecha de la familia de que en aquel plato de quimbombó había una sustancia asesina, “tal vez vidrio molido”. Para ellos era una explicación que más o menos se correspondía con aquel cuadro clínico terrible de un intestino perforado, pero María no lo consignó absolutamente.
De cuando en cuando, se precisa como prueba de delito que el tal Ramón Dávila quisiera poner tierra por medio entre él y los hombres del General García González. Que el español pusiera pies en polvorosa ante la posibilidad de que los soldados devenidos cosecheros de cacao lo mataran, no prueba un crimen, sino que bien pudiera ser la consecuencia del miedo pavoroso a la muerte. ¡Instinto de conservación! Como se sabe, en su obsesión por huir, el negociante hispano abordó una goleta que naufragó. El poeta Daniel Laguna Labrada lo apostilló en un verso: “Quién diría que el mar”.
Desde Río Chico se despacharon a Las Tunas hace unos 25 años dos fotocopias de documentos sobre la muerte de Vicente García González en aquel remoto paraje venezolano. Se sostiene que el General tenía 55 años de edad. De ser un dato exacto, habría nacido en 1831 y no en 1833 como siempre se dice. Se recoge en uno de ellos que el cuatro de marzo de 1886 se le dio sepultura eclesiástica al cadáver. En el otro, sin especificar la fecha, fija el deceso a las seis y diez de la tarde.
Si falleció el cuatro de marzo como hasta ahora se repite, y fue ya en el horario crepuscular, ¿por qué el apuro de sepultarlo el mismo día? ¿Cabe la posibilidad de que falleciera el día tres y que el sepelio fuera el cuatro como aclara el documento? Las respuestas de estas interrogantes y otras precisiones estarían sin falta en los archivos peninsulares. Serían cuantos necesarios de luz, para subvertir brumas sobre una de las personalidades más polémicas de la historia de Cuba.