Chaplin, en la tarea nada imposible de construir la Utopía

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Pocas veces alguien logra la condición de leyenda en vida. Charles Chaplin la conquistó a fuerza de talento y de puro trabajo. Tampoco fue un reconocimiento premortem. Había nacido el 16 de abril de 1889 en Londres. Como nota curiosa, fue solamente cuatro días antes de la llegada al mundo de Adolf Hitler en Braunau-Am-Inn, en Austria. El mito apareció poco antes del comienzo de la Gran Guerra en Europa.

En busca de buenaventura, Chaplin fue a los Estados Unidos. Con los Estudios Keystone, participó en febrero de 1914 en Aventuras extraordinarias de Mabel. Lo dirigió entonces su amiga Mabel Normand, la cocainómana, aquella imagen particularmente hermosa y seductora, tal vez la primera en lanzar un pastel contra un rostro ante las cámaras. El clásico stapstick.

The Tramp, El Vagabundo, Charlot borracho, trata de hallar su habitación en un hotel. En los pasillos conoce a Mabel. El gag numeroso será devastador. El genio de la comedia, a lo mejor, ha encontrado la ruta infalible para exorcizar tantos fantasmas.

Ciertamente eran muchos. El music hall era un bien compartido en casa. Pero el padre era alcohólico y la madre sufría una perturbación mental casi galopante. El hombre abandonó el hogar bastante temprano y no se ocupó del hijo. El maestro del cine dría lego que se veían muy poco, aunque vivían cerca uno del otro en Kennington, en el centro de la capital británica, al sur del Támesis.

Ha trascendido la anécdota del niño Chaplin, de solamente cinco años de edad, amoroso y atento, que por primera vez asume un papel en el escenario. Fue una emergencia. Hannah, la madre afectada de su salud mental, había perdido momentáneamente la voz. El pequeño resolvería el entuerto con una facilidad y un aplomo casi envidiables.

Pero aquel vagabundo que, quizás intenta reubicarse en los intersticios de un mundo injusto, al final resulta la humanidad de la denuncia, para tantos, siembra de conciencia contra la desigualdad. El macartismo le toca las puertas. Lo acusan de activismo antinorteamericano y hasta de comunista. Años después de su deceso, en la era de la Perestroika, se publicaron las Memorias del canciller Andrei Gromyko, donde se anotan encuentros con Chaplin. El creador de Charlot, le habría dicho que no era comunista, pero admiraba la honradez de la Unión Soviética.

Desde claves primigenias, trasciende Chaplin. Se fija en el ahora, signo para el siempre. En Tiempos Modernos se oyó su voz, pero aun así se le considera una película muda. Triunfó el cine sonoro, pero él no deja de ser lo más universal en el séptimo arte. Tal era su grandeza. Concibió una bitácora ya más que centenaria, donde ni un solo recurso ha llegado a envejecer.

Su criatura querible se multiplica, se inscribe en el proceso civilizatorio informático del planeta. El poder hegemónico global impone sus modos, la moda, pero ahí quedan clásicos para defender jerarquías auténticas del arte. Y un vagabundo, hecho leyenda, que no se rinde, que sobrevive a la desesperanza, reuniendo, congregando, en la tarea nada imposible de construir la Utopía.

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