Nació Fidel el 13 de agosto de 1926 en el seno de una familia donde no escaseaban los recursos, hijo de un terrateniente de origen gallego, reclutado por el ejército español para combatir contra los independentistas cubanos. Esas circunstancias habrían sido, quién sabe, génesis de suspicacias para el pensamiento dogmático que dominó durante muchos años al movimiento revolucionario del planeta. Pero él vino al mundo a romper reglas, a certificar el reclamo de creación heroica hecho por José Carlos Mariátegui.
Soñó una revolución auténtica, sobre todo distinta a todo lo conocido, y lo logró. Hasta Fidel prevaleció el criterio de que las revoluciones se hacen con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército. Y su estrategia de guerrillas terminó desmontando ruidosamente al impresionante aparato militar diseñado en Cuba por los Estados Unidos durante 60 años.
Era casi un lugar común que las revoluciones son como Saturno, que devoran a sus propios hijos. La Revolución Francesa, cuyo impacto en la evolución del mundo sería enorme, conoció el terror de la guillotina. Y cayeron las cabezas de Dantón y Desmoulins, tras la acusación de sus compañeros de ruta. Y luego, la Revolución Socialista de Octubre devino tras la muerte de Lenin un baño de sangre que liquidó a la vieja guardia bolchevique a manos de Stalin. Pero la Revolución cubana tendría desde su origen el sello de Fidel. No. Esos errores son sencillamente impensables desde la ética del Comandante.
En el duro oficio de defenderse, la Revolución de Fidel alcanzó la capacidad operacional para cazar uno por uno a los sicarios prófugos de la dictadura, incluido el mismísimo Fulgencio Batista. Pero siempre el líder de la Revolución cubana se opuso a la ejecución extrajudicial. En vez de un fusil, mejor una cámara. ¿Quién olvida las imágenes de Luis Posada Carriles en Panamá, preparando el atentado en el Paraninfo de la Universidad del país istmeño?
La Seguridad cubana contó 638 atentados contra Fidel, pero ni siquiera semejante realidad lo llevó a devolver el golpe con idénticos métodos. Y así se marcharon de muerte natural el propio Batista, Esteban Ventura Novo, Orlando Bosch y el ya aludido Posada Carriles.
Siempre se habla de la audacia de Fidel. En las referencias múltiples se mencionan el enfrentamiento a los bonchistas de la Universidad de La Habana, el Bogotazo, la expedición de Cayo Confites, la denuncia contra la corrupción priista, la causa seguida contra Batista en los tribunales tras el zarpazo usurpador. Después, por supuesto, el Moncada, el Granma, y la Sierra Maestra. Fue una osadía tremenda concebir una revolución socialista a 90 millas de Estados Unidos, pero resultó ser mucho más en el orden de pensamiento, como hecho ideológico, tras los excesos del estalinismo.
Desde Fidel, los revolucionarios de cualquier parte aprendieron que sí se puede realizar una obra social esencialmente humana, que el socialismo es la ciencia del ejemplo, y que bien vale la pena levantar un monumento con los principios.