Hoy la contaminación sonora es un problema para la salud en casi todo el mundo. Y aunque no son pocas las medidas, las acciones e incluso las normas jurídicas que se aplican para disminuir la emisión del ruido, estas son ignoradas más veces de la quisiéramos.
La contaminación acústica está presente en muchos lugares públicos sobre todo, en las estaciones ferroviarias, las calles y en algunos lugares para la recreación y el ocio, como las discotecas.
Pero el ruido excesivo también se impone en el transporte público, en los bicitaxis comunes en Cuba, e incluso en algunos restaurantes donde forman parte de la carta, la música grabada o la actuación en vivo de solistas, dúos o agrupaciones.
Nos hemos acostumbrado a los decibelios elevados hasta el punto de asumirlo como algo rutinario. Sin embargo, esto supone riesgos para la calidad de la audición, sin contar los efectos nocivos que ocasionan a la salud psicológica y sociológica.
La población infantil, especialmente en las edades pediátricas, son más vulnerables a esos efectos. Se trata de un tema subestimado por algunas familias que, por ejemplo en nuestro entorno, someten a los bebés al ruido, alegando que deben desde pequeños acostumbrarse al mismo.
Las consecuencias pueden ser irreversibles, además de la pérdida de la audición o la sordera permanente, exponer a un menor a decibelios elevados conlleva a las alteraciones del comportamiento, así como a un retraso en el aprendizaje, dificultades en la comunicación y en la manera de socializar con los demás
Por otra parte el empleo inadecuado de los auriculares, de moda en estos tiempos, puede provocar daños importantes en la audición debido a un efecto denominado por los expertos como enmascarar. Si el volumen es suficientemente alto, la persona puede ir perdiendo la audición progresivamente de no equilibrar adecuadamente el sonido del auricular con el del entorno.
Pienso que, ya que las reglas se ignoran y no se aplican sistemáticamente, cada uno de nosotros deberíamos hacer más por un ambiente menos ruidoso. Acostumbrarnos o admitir como normal los gritos de los vecinos, el volumen elevado de los celulares en un transporte público, la música ensordecedora en una cafetería o en una fiesta familiar o en un encuentro de amigos nos enferma a nosotros mismos y a nuestro mundo.
La permisibilidad opaca otros sonidos maravillosos del mundo que son más placenteros y más sanos, como el de una canción, el canto de las aves, la risa o el murmullo del agua y del viento.
Pero si prefiere otras eufonías, recuerde entonces que el sonido va en su justa medida, por su bien y el de los demás.