El combate de Moralitos

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Fue la última vez que combatieron juntos Máximo Gómez y Antonio Maceo. En el Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba, publicado en 2014 por la Casa Editorial Verde Olivo, se consigna literalmente que “fue una derrota de las armas cubanas; pero como no fue aprovechada por el enemigo, permitió a los insurgentes salir mejor de lo que se podía suponer en tales circunstancias”.

La acción se libró el 19 de febrero de 1896 a unos pocos kilómetros al norte nordeste de Catalina de Güines, en las cercanías de San José de las Lajas, en la actual provincia de Mayabeque. Hacía casi un mes que la Columna Invasora al mando de Antonio Maceo había llegado a los confines del oeste del archipiélago. Al fin la nación entera estaba en pie de guerra, pero el impulso mambí en el Oriente retrocedía.

Como se sabe, Gómez quedó en enero “cuidando la puerta”, es decir, hostilizando al enemigo lo más pegado posible a La Habana. Era necesaria una entrevista del General en Jefe con su Lugarteniente General, que tras de sí traía a casi toda España. Valeriano Weyler arribó el 10 de febrero con todo el ímpetu belicoso de quien estrenado en el cargo, quería revertir el impacto de la gran campaña libertadora en Occidente.

Ni corto ni perezoso, el Marqués de Tenerife ordenó sacar tropas del Oriente, que desembarcaron por La Habana y Batabanó. De Matanzas se movieron soldados peninsulares para el oeste, rumbo a San Nicolás de Bari. Las huestes españolas se fueron atrincherando en cada poblado de la antigua provincia de La Habana. Aquel esfuerzo colonial tácticamente bien articulado prácticamente copó a los libertadores, en un círculo literal de fuego.

Maceo reaccionó a su modo ante la situación creada. Desde hacía rato lo llamaban el Aníbal cubano. Intentando levantar el sitio enemigo contra Capua ya al final de su campaña en la península itálica, el gran estratega cartaginés galopó hasta la Puerta Colina de Roma. Más de dos mil años después, el héroe de Baraguá dispuso atacar a Jaruco, importantísimo centro español de operaciones en el territorio más rico y el mejor defendido por el poder colonial.

En la Ciudad Condal había una dotación de aproximadamente 250 soldados, entre efectivos regulares y voluntarios, que resistió denodadamente la embestida insurrecta. Jaruco resultó parcialmente quemado. Los patriotas obtuvieron un rico botín, pero sobre todo la conmoción por los acontecimientos fue particularmente grande. En esas dramáticas circunstancias, se verificó la entrevista entre los dos extraordinarios jefes tras 43 días de separación, en la finca Soto, junto al caserío El Perú.

Totalmente rodeados, el choque devino realidad inevitable que aconteció cuando Gómez cruzó la carretera de San José de las Lajas por Moralitos, donde concurrió Maceo con el Estado Mayor y su escolta. El fuego se generalizó en descargas nutridas. Algunas fuentes sostienen que fue en esta acción y no en Bejucal como otras aseguran que Gómez fue herido en la pierna. (Por cierto, sería atendido luego por Francisco Domínguez Roldán, Panchón, el médico introductor en Cuba de los Rayos X.)

La superioridad del enemigo era casi aplastante. Solo el ímpetu y la decisión de aquellos centauros, impidieron que el enemigo los flanqueara. Poco a poco, los cubanos abandonaron el escenario de la lucha, cada vez más complicado por la llegada de otras columnas en un lance donde el alto mando colonial creyó definir la suerte de la guerra.

Como es lógico suponer, fue el combate más grande y el más sangriento en la antigua provincia de La Habana. Las bajas del enemigo jamás pudieron precisarse. Los cubanos fijaron las suyas en 58, aunque la historiografía local asegura que fueron el doble de ese número. El General José Miró Argenter, el autor de las Crónicas de la Guerra, aseguraba que las bajas de los mambises fueron más de cien, pero que hubo heridos que ocultaron su estado para no causar baja temporal.

¿El combate de Moralitos fue realmente una derrota de las armas cubanas? Bueno, el encontronazo con aquella fabulosa concentración de tropas hispanas, solamente pudo ventilarse con la retirada al amparo de la noche. Las pérdidas de los patriotas fueron dramáticamente grandes. A la usanza de los caballeros medievales, España quedó dueña del campo, pero no pudo impedir que el Titán volviera por sus fueros a Pinar del Río, para desmentir la pronta pacificación blasonada por Valeriano Weyler. Estaban por escribirse nuevos y brillantes capítulos de gloriosa insurgencia.

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