Las interpretaciones de cuánto nos rodea son diversas, pero durante estos días, el silencio ha dado gritos de dolor, el cielo ha tenido más grises que de costumbre y la brisa ha sido atrevida. Mi bandera, la de todos los nacidos en la mayor de las Antillas sigue triste.
Y es que la tristeza también está triste. Es algo difícil de explicar, es lo que quizás muchos no comprendan, porque la naturaleza de la muerte siempre deja huellas de dolor, solo que esta vez es un dolor compartido al unísono por millones de personas en el planeta.
Habitan innumerables vivencias arropadas de mucho bien, existen aquellos que la gratitud les resulta poca para permitir que de un tirón Fidel haya emprendido el viaje a la eternidad cuando todos creímos que su presencia aquí era para toda la vida.
Por eso la bandera está triste, esa es la razón. El Sol se esconde y desde todo su poderío admite que le acompañará otro astro e inclina su luz como reverencia a esta eventualidad. Ya les decía, la vida tiene misterios y una se preguntas por ciertas extrañezas. Este día también es diferente, me asombra que los pájaros que en la mañana me despiertan con su trinar no aparecen, voy hacia la ventana y vuelvo a ver mi bandera y está más triste que ayer.