Buena cosecha (IV) Robert, Adriel y Delena

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 Los premios más gratos que recibí como periodista en el año que dice adiós fue conocer a Robert, Adriel y Delena. Ellos me corroboraron que nada es más bello que vivir por muy largos, difíciles y oscuros que se presenten los caminos.

 

 

 

Robert

Robert Rodríguez es un hermoso joven de 21 años que descubrió por sí mismo las herramientas de la informática y encima se las arregla para compartir su sabiduría con la comunidad de ciegos y débiles visuales de la que es parte en San José de las Lajas.

Los médicos le auguraron que a estas alturas estaría completamente en la oscuridad, pero se equivocaron. Él afirma que el milagro tienen que ver con las bondades de la ozonoterapia, tratamiento que regeneró muchas de sus facultades, entre ellas, la visión.

Sin embargo, me aferro más a la idea de que su permanencia del lado de la luz guarda relación con su constancia en el trabajo y su deseo de ser útil a los demás.

Robert dice que solamente divisa bultos poco nítidos, y que a sus manos le corresponde la labor más importante para distinguir y reconocer personas y objetos, así como moverse con seguridad en todas partes, excepto en las calles y grandes avenidas porque lo abruman los ruidos.

Su mayor expectativa para 2017 es la apertura de una aula de Computación en donde ejercerá como profesor de los ciegos y débiles visuales de Mayabeque.

Adriel

Adriel Sardiñas Ramos fue otro de los grandes regalos del calendario que toca a su fin. Es un muchacho ciego de 17 años que cursa hoy el onceno grado en el preuniversitario Raquel Pérez en San José de las Lajas.

Lo conocí en mayo, durante un taller de trabajo comunitario integrado donde él mostró que se puede soñar con las manos. Su dominio de la técnica del origami le permite construir flores, jarrones y otros muchos objetos de papel.

En el verano lo visité en su casa donde vive con sus padres y un hermano menor. Era una mañana calurosa y lo sorprendí en plena faena con varias figuras casi terminadas.

Es un chico muy listo y querido en el barrio. Los vecinos y los amigos le proveen el material necesario para su pasatiempo. Y es que ellos se admiran por las luces que incendian la mirada de Adriel cuando este siente la textura del papel y va moldeando las más caprichosas formas con sus dedos inquietos.

Me aseguró que continuará estudiando porque quiere ser alguien en la vida y está decidido a valerse por sí mismo, hasta incluso ayudar a su familia. Y por supuesto le creí.

Delena

A Delena Ruiz la conocía desde el vientre de su madre, pero solo hace algunos años supe que padecía una hipoacusia severa. El silencio fue su mundo en los         primeros años de vida, pero cuando comenzó la vida escolar ya estaba diagnosticada y usaba unos dispositivos que le permiten escuchar.

Aunque su nacimiento prematuro limitó sus capacidades auditivas, la vida la privilegió con una gran familia y en especial con su abuela Elena. Entre ella y la maestra Alba lograron el milagro en los primeros meses de 2016: Delena aprendió a leer y a escribir.

Y para que no me quedara una pizca de dudas tomó su libro y leyó para mí una tras otra, las oraciones que conformaban un pequeño relato que seleccioné al azar de su libro de Lectura. También me habló de un paseo reciente al zoológico y mientras me convencía de todos sus progresos sonreía sin parar.

Ya tiene 7 años y cursa el segundo grado en su escuelita José Antonio Saco del caserío El Perú, en San José de las Lajas. Hace poco vi a su maestra y me aseguró que con Delena todo marchaba muy bien. La noticia fue alegría y también un consuelo para mí. El silencio y la oscuridad, me dije, es solo para los que se niegan a crecer.

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