Amigos cercanos de Alejo Carpentier lo recuerdan en cansado pero vehemente paso por las calles de París aquel abril de 1980, como despidiéndose de toda la luz del mundo en la tierra de ancestros suyos. Por aquellos viejos muros de la capital francesa debió de estar la morada de tantos y de tantos fantasmas que cobraron vida en sus novelas, y que se hicieron definitivamente de vida en el oficio de narrar de aquel genio.
Es posible que en aquella postrera vuelta por plazas parisienses, Alejo sellara un pacto de inmortalidad con esa energía de Revolución, que llegaría con sueños y excesos a lo real maravilloso del Caribe. Carpentier se disponía a remontar la muerte sin otras armas que no fueran la inspiración y los recuerdos.
El presentimiento suyo era demasiado cierto como para no tenerlo en cuenta: así, como realización puntual de una corazonada, falleció el gran escritor, periodista y musicólogo cubano el 24 de abril de 1980, hace hoy exactamente 33 años.
Alejo Carpentier devino profeta en su tierra y fuera de ella. Se verifica una buena forma de inmortalidad. Vive en esa dimensión una circunstancia que él mismo deparó a sus personajes: el fin es una fuga y no la muerte. En Viaje a la semilla, Capellanías pasa en contra de las leyes del tiempo físico para escapar de las tinieblas. En El reino de este mundo, Mackandal queda en la conciencia colectiva de sus hermanos como el héroe prófugo que nunca, jamás podrá morir. En El siglo de las luces, desolada queda la casa de Sofía y de Esteban tras la carga de Madrid contra los mamelucos de Napoleón el 2 de mayo de 1808.
En la empresa musicológica de Carpentier, también encontraríamos sorpresas, sobre todo para salvar en juventud plena a sus amigos Amadeo Roldán y Alejandro García Catarla. Toda la obra de Alejo Carpentier, incluido su paso enigmático por las calles de la capital francesa, fue una pretensión de remontar la muerte.