El Indio Naborí
Si usted es un conductor, al transitar por la vía reduzca la velocidad y atienda el volante, pero escuche, por favor……es que quiero hablarle de Isabela.
Cada vez que noviembre regresa y se instala en el calendario el día 6 vuelvo a tocar en mi pecho el hueco profundo de su ausencia.
Ese día pero del año 2014 Isabela murió en un accidente de tránsito. Acaba de cumplir cinco años de edad.
Eran pasadas las siete de la mañana cuando ocurrió aquel suceso terrible y arrasador.
Ella iba de uniforme con su mamá de la mano rumbo a su escuela José Antonio Saco del caserío El Perú, en San José de las Lajas.
Andaba feliz, deseando llegar al aula de preescolar y ocupar su sillita junto a Alan, el amiguito nuevo, y también para compartir con su maestra lo que quería, lo que pensaba, lo que soñaba.
Todo ocurrió en segundos y el Sol, les aseguro, se apagó cuando se fue Isabela.
A veces quisiera borrar su risa, sus palabras, su alegría, pero termino complaciendo al corazón que insiste en arrullarla porque sabe que yo sería menos feliz de no haberla conocido y amado.
Días antes de partir dejó en mi casa un anillito suyo. Es una joya de plástico con huequitos brillantes que simulan piedras.
Isabela lo usaba cuando jugaba con mi Alessandro a ser su mamá. Pero también lo llevaba cuando hacía de vendedora y entonaba los pregones que se había aprendido de memoria.
Ella quería crecer rápido, y me lo dijo. También me confesó que el naranja era su color favorito y que prefería los espaguetis, la sopa de su abuela y un buen baño en mi ducha.
El día de su sepelio es un tatuaje en mi memoria. Lloviznaba y yo tenía la certeza de que la tierra se preparaba para fecundarla como semilla.
La muerte de Isabela fue un disparate de la naturaleza, me dijo mi amigo y colega Machado Conte, tiene razón.
Todavía siento que se endulza el aire cuando menciono su nombre. Y es que Isabela dejaba un rastro de ternura por donde quiera que pasara. Era la niña de los vecinos, los amigos y del barrio. También el alma de su familia y de su hogar donde el amor está de luto todavía y para siempre.
Esta es la historia de Isabela. Conductor, acuérdate de ella cuando vas aprisa, y estás distraído o preocupado con cuestiones de la vida que son casi siempre menos importantes de lo que parecen. Recuerda que el arrepentimiento no cura el dolor, pero la prudencia, insisto, puede evitarlo.