Por estos días en las redes sociales leí una frase que dice: “La escuela volverá a ser la primera familia cuando la familia vuelva a ser la primera escuela”. Y es que familia y escuela integran un binomio perfecto en la educación de las nuevas generaciones.
Siempre afirmamos que la familia es la célula fundamental de la sociedad. Es el hogar donde comenzamos a dar los primeros pasos en el camino de la instrucción y de la educación. El núcleo familiar tiene el deber de formar hábitos y costumbres que significarán la personalidad del individuo toda la vida.
Los primeros cinco años, la familia es el único ente formador del carácter de niños y niñas, con casos excepcionales de aquellos menores que asisten a los Círculos Infantiles. Pero igual nos corresponde a los padres velar por tener hijos sanos, inteligentes; pero también educados.
La educación formal describe quiénes somos. Cuál es nuestra actitud ante la vida. Y es preciso llevarla como la prenda que arropa nuestro cuerpo.
Mucho se habla de las denominadas palabras mágicas: gracias, por favor, permiso, disculpe, buenos días, que son como como la llave que abre muchas puertas. Y ciertamente es así, lo que sucede es que no todos los seres humanos, están en igual sintonía.
Los pequeños no pueden ser correctos, educados, cordiales, respetuosos si sus padres no lo son, porque los progenitores son el modelo a seguir. Así también sucede con la escuela. Los maestros tienen la responsabilidad de brindar el contenido necesario; pero además educar para la vida. No basta con enseñar las ciencias o las letras, sino se forma al hombre y mujer del mañana con principios y valores morales.
Por tal motivo, es indispensable que de conjunto trabajen familia y escuela solo así se puede lograr que nuestros hijos sean realmente seres correctos y educados. Como decía el sabio y científico Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón, no es educación”.