Pocas veces La Habana vivió una jornada semejante. Desde el primero de enero de 1959, con la espontánea alegría en las calles, bien se avizoraba la naturaleza del recibimiento a la Caravana de la Libertad. Y desde la entrada por el Cotorro, la capital cubana tejió un capítulo de la historia que aún trasciende en nuestros días, con amplísima resonancia en la memoria de millones.
En cada segmento de la ciudad, habría un recuerdo, y tal vez resulte pertinente que la historiografía y la evaluación patrimonial de sitios, establezca de manera tangible el paso de los libertadores hace 61 años. Desde entonces, el paradigma de la resistencia vestiría primaveras y guerrillas con la raída ropa de campaña, con el rostro barbudo y la melena distendida y libre.
El transcurrir del tiempo desdibuja al testimonio y disminuye el número de protagonistas. También se reduce el número de testimonios probables. Conmemorar el acontecimiento fija ya ese compromiso para que una villa con medio milenio de edad, no olvide las que tal vez fueron sus horas de mayor alborozo en toda su historia.
Aquel suceso formidable fijó tareas no solo para la historiografía. El estudio transdisciplinario tiene un tema indispensable en la célebre entrada triunfal de Fidel y los suyos en la capital. La alegría y la rebeldía, dos componentes esenciales de lo cubano, hallaron un registro inédito con la Caravana de la Libertad en La Habana. Y el ocho de enero de 1959 renació la esperanza después de tantos crímenes en aquellas mismas calles.
De aquel día quedó la famosa foto donde Fidel le habla a Camilo, y el legendario Comandante del sombrero alón, fusil en mano, vuelve ligeramente la cabeza hacia su jefe, con rostro tal vez grave, demasiado serio para aquel bromista habitual. Alguien diría que en esa imagen, estaría la frase que horas después el líder de la Revolución le extendió al Señor de la Vanguardia: “¿Voy bien Camilo?” La fotografía concibió una morada en los grabados, en la huella múltiple de la plástica, para ser en sí misma la imagen de la victoria extraordinaria del Ejército Rebelde.
Y en el otrora Columbia, el verbo se encendería después. Y no para hacer vanas promesas, ni eludir responsabilidades ante la historia. Fidel alertó para cualquier tiempo que en lo adelante todo sería más difícil. Y habló claro para todos cuando excluyó toda posibilidad de intervencionismo. No fueron pocas las componendas norteamericanas para evitar la llegada de los revolucionarios al poder.
No volvería a repetirse la triste página de la década de 1930, cuando un sueño se fue a bolina. Y llegaron las palomas al hombro guerrillero, hasta para alentar posibles alusiones bíblicas en la saga del hombre, cuya obra cambió para siempre los destinos y la suerte de su pueblo. Y así perdura el suceso tras 61 años, denotando el día más grande de La Habana en una bitácora que recientemente cerró su quinto centenario.