Estar a la ofensiva siempre, sin ningún margen de probabilidades al adversario, concibiendo maniobras envolventes, libre todo el tiempo de clichés y de juicios academicistas: por ahí se encuentran las concepciones del Comandante en Jefe, que ejemplarmente significaron la impronta de la misión internacionalista de Cuba en Angola.
Él mismo recordaría más de una vez que fue un día de noviembre, tal vez una semana antes de la anunciada proclamación de la independencia del hermano país en 1975, que la dirección revolucionaria decidió ayudar a los hermanos angolanos a frenar la embestida de la Sudáfrica racista y del Zaire de Mobutu.
¿Qué había pasado? En las profundidades del territorio de esa nación africana, se encontraban instructores cubanos junto a combatientes del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA). Allí pelearon y cayeron unidos valerosos soldados de un mismo sueño de un lado y del otro del mar.
Fidel jamás abandonó a un solo compañero. Sobre un país por el que tantos ya habían ofrendado la vida, se cernía la amenaza de la más flagrante fragmentación, el más descarado despojo. No hubo la más mínima vacilación en la decisión de Fidel de encarar el peligro a unos diez mil kilómetros de distancia.
El enemigo imperialista, indudablemente detrás del macabro plan para desmembrar y saquear a Angola, fue tomado por sorpresa. Jamás imaginó semejante audacia. Y posiblemente a la dirección de la Unión Soviética, a la que –por supuesto—no se le consultó sobre la operación, le ocurrió más o menos lo mismo.
En su libro La Paz en Colombia, registra la utilidad de la ética revolucionaria en función de los objetivos militares. Siempre se opuso a someter a los prisioneros a pruebas degradantes, o a tomar rehenes para exponerlos a las durísimas condiciones de la selva. Y no dejó de advertir que si el soldado enemigo sabe que de rendirse ese es el drama terrible que le espera, luchará desesperadamente hasta morir. Respetar al adversario prisionero fue un principio a lo largo de la distendida Operación Carlota en Angola.
No era un enemigo pequeño el que enfrentaba la Revolución en Angola. Sudáfrica era una potencia militar, con una tecnología de punta al servicio de la armada, y con ocho bombas atómicas entregadas por los “campeones de la democracia” al régimen del apartheid. Como mismo hizo en la Sierra Maestra para contrarrestar la colosal ofensiva batistiana, el Comandante en Jefe dispuso métodos asimétricos de lucha en aquel punto lejano de África.
Habría que considerar el aporte del líder de la Revolución en ese campo. Fueron los denominados grupos tácticos, de no más de mil hombres cada uno, con el apoyo de todas las armas. Las tropas regulares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se estructuraban eficientemente en el terreno con un fuerte aliento de guerrilla.
En el ejército angolano había una importante presencia de colaboradores soviéticos, con una visión más académica y tradicional de la guerra que aconsejaron más de una vez operaciones con las cuales Fidel no estuvo de acuerdo. Siempre terminaron en sonados desastres. Fue, como en todo, bastante previsor.
En 1987, el personal soviético sugirió al alto mando angolano atacar Jamba, la presunta capital de Jonas Savimbi, el jefe de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). El Comandante en Jefe calificó de improcedente el proyecto, si no se evitaba el contraataque de la aviación sudafricana. El plan terminó en debacle.
Y el enemigo, envalentonado, avanzó sobre Cuito Cuanavale. Fidel consideró la posibilidad de resolver definitivamente el problema. Y como era usual en él, decidió ir con todo para evitar una derrota, y evitar la mayor cantidad posible de bajas, sin batallas campales. El contragolpe salvó nuevamente la integridad de Angola, decidió la independencia de Namibia y el fin del apartheid.
Tal vez el mejor retrato del pensamiento militar de Fidel lo ofrece Charles de Gaulle en sus memorias. Un alto oficial francés destacado en Argelia, de apellido Salle, amenazó en 1960 con un desembarco aerotransportado contra París. El célebre general respondió tranquilamente: “Si fuera Fidel Castro ya estuviera aquí, pero Salle no”. O quizás en el famoso grafiti de un vencido soldado sudafricano en la frontera meridional de Angola: “Los MIGs nos partieron el corazón”.