Todo cambió inevitablemente en nuestro país desde que se verifica el suceso difícil pero deslumbrante de una revolución. El 26 de julio de mil 953 supone el inicio de una empresa de incalculable valor histórico y poético. Por el carácter de la epopeya, y por la naturaleza de las promesas, el estudio y la propia transformación de la existencia de millones de compatriotas, cobrarían un sentido inacabable.
Para la nación cubana, resulta una suerte contar con el apostolado de independencia y de emancipación más grande y más hermoso que se conozca. La efeméride del Moncada dispuso un programa que pasaba por la cultura y la libertad. Son principios constantes en el alegato del Líder histórico, y en documentos y declaraciones de una generación idealista, pródiga en pragmatismo y deber.
Aquella idea del Maestro de que ser culto es el único modo de ser libre, tendría desde esa fecha en la historia un sentido distinto, porque el hecho del 26 de julio planteaba además, democratizar la cultura, la enseñanza, la instrucción, y mejor todavía, la sensibilidad.
Desde el heroico asalto, desde la victoria extraordinaria, se incorporó en el lenguaje y en la praxis la idea de la cultura de la emancipación. El Asalto al Moncada fue además inspiración a la música con la convocatoria del Himno del 26 de julio escrito por Agustín Díaz Cartaya; pero también convidó a la lírica desde el poema “Era la mañana de la Santa Ana” de Jesús Orta Ruiz o “El Asalto” escrito por Raúl Ferrer.
La efeméride del 26 de julio de mil 953 certificó versos de clamor y dolor; pero significa una página de la historia donde la generación del centenario protagonizó un importante papel en la lucha contra la tiranía.
El 26 de julio de 1953 planteó incluso una norma para asumir valientemente derrotas momentáneas. En lo cubano se incorporó la costumbre de pensar a contracorriente, sin temerle al enemigo poderoso, ni a nuestros propios errores ni limitaciones. En la identidad de un pueblo entero concurrieron en unidad biunívoca soberanía y redención.