Paraguay: nunca será tarde para congregarse otra vez

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El Obispo de los Pobres tomó posesión de la presidencia del Paraguay el 15 de agosto de 2008. Es una ceremonia que acontece el Día de la Asunción de la Virgen María, la patrona de la capital. La concertación de izquierda Frente Guasú (término guaraní de la patria profunda), había logrado la histórica victoria que rompió entonces el continuismo colorado en el país.

Ir al Paraguay en esos días fue recorrer el itinerario de un estallido esperanzador. Había nacido un frente social enamorado del encanto de un sacerdote que se despojaba de sus hábitos para ponerse del lado de los pobres, como tanto reclamó Jesús. Fernando Lugo llevaba consigo una agenda de compromiso con la historia de los suyos, que remarcaba la soberanía nacional y energética.

No parecía una tarea fácil. No olvido que el coordinador del Frente Social y Popular, José Parra Gaona, repetía una y otra vez: ¡Basta de saqueo! ¡Recuperemos Itaipú y Yacyretá! A pesar de la Compensación de Itaipú, considerada una importante conquista del gobierno de Lugo, todavía sangran las heridas de la Guerra de la Triple Alianza, cuando Paraguay debió de enfrentar entre 1864 y 1870 la embestida de los ejércitos de Brasil, de Argentina y de Uruguay.

Fue vivir una inflexión histórica, en un país mediterráneo tantas veces cerrado al mundo. Líderes de la nueva ola que tantos creímos el comienzo de la segunda independencia de Nuestra América, concurrieron en Asunción para ser testigos de aquella empresa de prodigio y hasta conferirle energía y entusiasmo. Y llegó también el siempre presente Eduardo Galeano, para recordar que todavía están abiertas las venas de América Latina.

Allí, al alcance del viajero, está la Avenida España, donde un comando argentino ultimó en pleno día al ex dictador Anastasio Somoza Debayle. Y la Estación Central del Ferrocarril, de donde partió el tren imaginario de la novela Hijo de hombre, de Augusto Roa Bastos, cargado de explosivos, de un realismo que asusta, que matará miles de almas en Sapukai y dejará un inmenso cráter que el tiempo no logrará nunca curar.

Resulta difícil de creer que se haya apagado la emoción de aquel frente concentrado en agosto de 2008 en el Consejo Nacional de Deportes en Asunción, donde se ratificaba el sueño de la reforma agraria integral, de la unidad de los sectores democráticos por el cambio, de los presupuestos sociales, de la reactivación productiva con generación de empleo, y de una América Latina unida, libre, soberana y con justicia social.

Nada más intenso, sin embargo, fue el encuentro con Martín Almada en el Museo de las Memorias, en la calle Chile número 1066, entre Jejuí y Manduvirá, donde radicó la Dirección Nacional de Asuntos Técnicos, o simplemente La Técnica. Allí aparecieron rastros de la Operación Cóndor el 22 de diciembre de 1992, documentos y evidencias físicas que incriminaban a una policía que jamás se cansó de torturar, de asesinar, de desparecer.

En ese lugar conocimos al hombre, víctima de la atrocidad, casi un apóstol de su causa, de palabra diáfana y libre de rencor: El hallazgo es un patrimonio de la nación, hasta de la historia universal. Nos hace saber de qué manera se puede destruir a un pueblo, y para que también a partir de esa desdicha, se pueda construir una sociedad más fraterna, más humana, donde los valores vuelvan a tener vigencia.

Un golpe parlamentario en junio de 2012 puso fin a aquella experiencia. En Curuguaty, a unos 240 kilómetros de Asunción, chocaron campesinos y policías, con un saldo de muertos y heridos de ambas partes. No hubo jamás una investigación seria. Pruebas y evidencias desaparecieron de los expedientes. En un juicio de menos de dos horas, Fernando Lugo fue destituido de su cargo. Y volvió a reinar la desmemoria para los desposeídos de un país que Manuel Almada calificó de cárcel olvidada. El Obispo de los Pobres pidió aquel 15 de agosto de 2008 que no lo dejaran solo. Nunca será tarde para congregarse otra vez.

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