Y es que eso es precisamente el acontecimiento del 26 de julio, un hecho multidisciplinario donde también el lienzo define los ideales de los compatriotas.
La lírica desnuda su manto cuando se asoman los versos alegóricos a los Asaltos a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. La poesía, por ejemplo, de Jesús Orta Ruiz nace desde la indignación por tanta sangre de cubano, y se vuelve redentora en los campos de Cuba Libre.
Sus versos octosilábicos advierten que Martí aún vive como autor intelectual del Moncada y que perdura a la vera del camino donde permanece un campesino pobre.
Aquella mañana de la Santa Ana se revive en cada copla octosilábica como pequeñas imágenes instantáneas. Los ojos de Abel Santamaría, cual estrellas de un cielo risueño vuelven a brillar.
También los acordes de alguna melodía se adueñan de este hecho, recorren los caminos de Cuba, se entona en alguna escuela donde la nueva generación disfruta un nuevo tiempo.
Tal vez, el joven Agustín Díaz Cartaya asumió la letra no como mero encarno, sino como compromiso con los millones de hermanos y hermanas que precisaban de un mundo mejor.
El hecho del 26 de julio de 1953 se difumina por las calles de la isla. Se multiplica en el himno de la patria, en el escudo de la palma real, en la bandera de la estrella solitaria, en cada esquina donde un cubano libre signifique la aurora de aquella mañana de la Santa Ana.