De Antoine de Saint-Exupéry un mensaje de optimismo, resistencia y valor

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Alguna ventaja, o tal vez cierto encanto habrá en la suerte de significar la vida desde los cielos. Muy temprano, el joven Antoine de Saint-Exupéry halló en el oficio de piloto un camino para significar no solamente los confines del planeta, sino también el latido misterioso del género humano ante las pruebas cotidianas del destino.

El autor de El Principito llegó a este mundo en una curiosa frontera de siglos, en el justo centro de 1900, cuando acontecía la célebre Exposición Universal de París a la espera de un nuevo tiempo, y la propia capital francesa era la cálida anfitriona del naciente olimpismo contemporáneo.

Algún juicio de género quizá apunte que muy pequeño quedó huérfano de padre, y que como mismo ocurrió con el amado Jesús Nazareno, y hasta con otras figuras históricas de confesado ateísmo, creció acompañado esencialmente de mujeres, siempre con la influencia decisiva de la madre.

El primer gran éxito literario de Antoine de Saint-Exupéry fue Vuelo Nocturno, donde muchos creen ver una premonición del trágico fin del autor en julio de 1944. Conoció de cerca el escenario sudamericano. Y en los cielos de la Argentina, el piloto Fabién deberá afrontar una tormenta terrible.

Y aunque en el relato haya un sitio importante para el patrón Rivière, el mejor y más fuerte asidero del protagonista radica en su esposa. Cada minuto del brumoso trance pasa por el pensamiento de la compañera entrañable. Y un jurado exclusivamente integrado por mujeres, le confirió en 1931 el Premio Femina.

Y este hombre nacido el 29 de junio de 1900 en la ciudad centro-oriental francesa de Lyon, sabría transponer en el milagro narrativo las peripecias, peligros y aventuras de un piloto. Pocas veces el oficio de volar remontó su significado literal para ascender en la ficción literaria.

Y así varios títulos, a menudo demasiado explícitos, fueron concibiendo el catálogo autoral de Antoine de Saint-Exupéry: El Aviador, Correo del Sur, el propio Vuelo Nocturno, Tierra de Hombres, Piloto de Guerra, Carta a un Rehén, Ciudadela, y otras piezas narrativas más.

Pero El Principito es otra cosa. Está escrito para un público sin edad. Y guarda la misteriosa condición de crecer con nosotros. Cada lectura parece exponernos un libro nuevo. Jamás se escribió un canto mejor desde la nobleza, desde el amor, desde la generosidad,

Antoine de Saint-Exupéry encarna un ejemplo grande de optimismo. Las dudas del general Charles de Gaulle sobre la fidelidad a su patria parecieron devastarlo. Y sufría, y mucho, la catastrófica derrota en 1940 en la Batalla de Francia a manos de los ejércitos hitlerianos. Y así y todo, herido y hasta calumniado, obró en optimismo con una de las piezas literarias más extraordinarias de la historia de la humanidad.

El homenaje al autor de El Principito debiera ser ciertamente universal, pero nosotros los cubanos, signados a vivir la difícil vecindad del imperio más agresivo de la historia, hemos de oficiar en tarea permanente la utilidad de ese mensaje de optimismo, de resistencia y de valor que legó al género humano aquel gigante con alma de niño, obsesionado con surcar los cielos del mundo.

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