Son ciertamente muchos los simbolismos en el nacimiento de Vilma Espín Guillois el siete de abril de 1930 en Santiago de Cuba: llegar en primavera en una ciudad de acendrado heroísmo, en el año que le daría nombre a la revolución que recuperó para siempre la conciencia nacional, en hermosa conjunción de edades.
Jamás el destino le deparó tiempos de calma a este archipiélago de lo real maravilloso. Es como si la tormenta hallara lugar en el horizonte de estos confines del Caribe. Por eso resulta difícil imaginar circunstancias tranquilas para una joven que para complacer al padre, estudió ingeniería química en la Universidad de Oriente, y que además cantaba en el coro del centro de altos estudios en el este de Cuba.
Ella misma dirá luego que su vocación de combate nació el 10 de marzo de 1952. Tal vez nunca se conocerá hasta dónde el sátrapa entendió esa tremenda paradoja del zarpazo traidor, que encendió para siempre la llama de la revolución en Cuba, con enormes repercusiones en el mundo entero. Entre anécdotas y deslumbramientos, ese día sería definitorio en la existencia de Vilma.
Después acontecerán las jornadas tensas de la clandestinidad, en la cercanía del inolvidable Frank País, como ella misma lo definió. Y por ella lo sabemos sentado al piano, componiendo melodías que lamentablemente se olvidarán. A cada rato se reproduce la conocida fotografía donde la joven se enfrenta a un sicario en plena calle. Frank le habría ordenado no concurrir a esa marcha de madres, para preservarla.
Y ante el peligro de que la acción fuera abortada, Vilma acudió. La imagen apareció publicada al día siguiente en la prensa, y refleja un instante de choque incuestionable. Pero no siempre se precisan las palabras. El soldado la increpa duramente, le exige marcharse inmediatamente, y Vilma canta valerosamente, con afinación ejemplar, las notas del Himno de Bayamo.
En la clandestinidad fue Débora, abeja en hebreo, profetisa de victorias en el combate, un pasaje de las sagradas escrituras donde acaso por primera vez las mujeres no son ni víctimas ni indignas, como si en el pseudónimo ya estuviera perfilando la empresa por hacer.
Desde su puesto dirigió el funeral de Frank País y de Raúl Pujol, en aquellos días terribles en que Santiago de Cuba estuvo prácticamente en manos del pueblo enlutado. Y no fueron pocos los intentos de la jauría de darle alevosa caza, como en aquel verano de 1958, cuando cortaron el servicio telefónico en vastas zonas de la ciudad para obligarla a salir de su escondite. Y ciertamente lo hizo, en un auto descapotable, como sus enemigos no imaginaron.
Luego fue ya su incorporación a la guerrilla en el Segundo Frente con Raúl. Aún se recuerda su paso por la dirección de Radio Rebelde tras el triunfo, pero la obra grande y perdurable será la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). No obstante, su acción fue más allá de la emancipación de género. En el epicentro de sus luchas habrían de estar todos los estamentos vulnerables de la sociedad.
En tanto justa, esa vocación se sigue reacomodando en la cotidianidad de millones, para conferirle colores de inmensa utilidad a la idiosincrasia de un pueblo entero. La Heroína de la Revolución dejó un formidable tesoro, con temas-problemas infinitos para la Antropología y para la Sociología. Y se sembró en la cultura popular de los suyos, que será la única manera de remontar el hecho físico de la muerte y seguir viviendo.