Mientras se filmaba Fátima o el Parque de la Fraternidad en La Habana, fuera y dentro de la capital cubana corrían rumores de que ésta era una especie de segunda parte si no un homenaje a la trascendencia de ese ícono de la cinematografía criolla que es Fresa y chocolate. La prensa extranjera acreditada en la Isla, la definía como “un filme de tema gay”, dirigido ahora por quien fuera el protagonista, hace dos décadas, de la película de Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío que en muchos sentidos contribuyó a cambiar las ásperas miradas nacionales a la homosexualidad.
Pero Miguel Barnet, poeta, ensayista, autor de éxito como pocos en su relación con el cine, discrepa de esa percepción estimulada por las primeras crónicas sobre el nuevo filme de Perugorría. Cuando le pregunté ¿otra película gay?, no demoró un segundo en responder con la mayor contundencia.
¿Otra película gay?
Para nada, “Fátima o el parque de la Fraternidad” es otro largometraje, el tercero, que se basa en una historia escrita por mí. Primero fue “Gallego” y después “La Bella del Alhambra”.
Este (“Fátima…”) es el tema de una persona que vive en la angustia diaria de sentirse atrapada en un cuerpo masculino, el cuerpo de hombre, con nombre como el que tenía, Manolo, de toreros, de carnicero, y vive esa dualidad que es una tragedia. Pero pudo haber sido una tragedia religiosa o de otro carácter, pudo haber sido la historia de un plomero o de cualquiera otra persona que ha vivido de una profesión que no le satisface en su vida.
Escogí el tema porque me parece que es uno de los grandes dramas de la contemporaneidad. Con estos seres que ahora son reconocidos, admitidos, tolerados -para utilizar un verbo tan feo como tolerar que debería de eliminarse de todos los diccionarios, porque cuando toleramos algo es porque tenemos un canon y miramos por encima del hombro y toleramos lo que no es igual a nosotros-; yo creo que tiene que haber una comprensión, una convivencia natural. Es difícil, lo se, porque se convierten en estereotipos y no es fácil aceptar un estereotipo.
Yo quise entrar en un drama humano, humano y social con rasgos sicológicos muy fuertes y me pareció que lo más representativo era el tema del travestismo. En definitiva, un escritor es un travestido, como lo es un artista plástico. Un actor o una actriz se trasvisten. Es lo que pasa con Elizabeth Taylor cuando hace de Cleopatra.
Cuando un escritor escribe sobre un esclavo, una vedette de un teatro o un emigrante –que es mi caso- incorpora ese personaje de una manera tan orgánica, si es un artista de verdad, si es un escritor que se respete, que es difícil después sacarse esos personajes de adentro. Se te quedan esos rumores, se te quedan esos escarceos por dentro cuando tú has desarrollado un personaje.
Yo recuerdo que cuando terminé de escribir “Gallego“, la novela terminaba diciendo “y qué puedo decir ya…” si lo había dicho todo, me sentí muy mal, muy contraído, muy depresivo esa madrugada que terminé: “ya se me fue, ya se me fue –me decía a mí mismo- cómo me despido de este personaje que durante tres años he construido, identificándome con él, compartiendo sus dolores, sus tristezas, sus alegrías”. Un escritor sufre mucho, siente una gran angustia porque va dejando jirones de sí mismo en todos esos personajes.
Y yo me identifiqué también con esos personajes (de “Fátima…”) porque los he visto aquí en Cuba, en Europa, en todas partes y he sentido un gran respeto y una gran compasión, porque sufren uno de los dramas más terribles: no querer ser como son.
Querer ser de otra manera y no poder nunca alcanzar esa meta. Porque nunca pueden alcanzar la meta de ser lo que no son. Son personas inacabadas, imperfectas, que sufren mucho porque tienen una vida amputada, manca. Entonces yo quise entrar en ese tema.
Esta no es una película que trate de un tema gay de una manera epidérmica, frívola. Es el caso de un homosexual que se trasviste, pero porque no quiere ser un homosexual, quiere ser una mujer; tiene una relación con un hombre que es un bisexual o un heterosexual (ya no sé cómo definirlo) que lo que hace es manipularlo y explotarlo, pero esta persona tiene sentimientos afectivos, sentimientos de amor, de desgarramiento.
Vemos a veces a estas personas en los espectáculos, en las tablas, a veces en espectáculos de segunda o cuarta categoría y no entramos en el dolor que hay en estas almas y eso fue lo que yo quise expresar.
Por eso no es una película ni un espectáculo musical de travestis. Habrá flashazos de travestimos, habrá espectáculo, habrá música, pero el super objetivo es despertar la conciencia de los seres humanos sobre todas las personas que conviven con nosotros en este mundo.
El cuento se escribió hace años y se ganó el Juan Rulfo hace 6 ó 7 años. Está publicado en Estados Unidos, en Alemania y ha tenido divulgación, pero si quieres que te hable de la génesis de la película, ese cuento yo lo leí en una ocasión en casa de un amigo mío ya lamentablemente fallecido, un gran escultor y orfebre cubano, Pepe Rafart. Y ese día, que tiene que haber sido alrededor del 2006, porque fue a la sazón de ganar el premio cuando se generó una expectativa, en esa velada, entre otras personas estaba Eusebio Leal, el historiador de la Ciudad, que se motivó mucho por el cuento y me invitó a grabarlo. Yo lo grabé y él le hizo una edición preciosa con un disco muy bello que editó la Oficina del Historiador en la voz mía, no interpretando sino leyendo el cuento, claro con sus entonaciones, con sus matices.
Una noche yo puse ese cuento en casa de otro amigo mío, para que lo escucharan algunos artistas que estaban allí. Entonces Pichy lo escuchó y se entusiasmó muchísimo y me dijo qué bueno está esto para una película. El productor ejecutivo de la película, Jay Rodríguez, un amigo norteamericano español que vive en Cuba dijo que haría lo indecible porque se llevara al cine. Él es quien indujo a Pichy para que hiciera la película porque este sueño, este proyecto de todos nosotros, necesitaba recursos para hacerse.
Un escritor con suerte en el cine
Yo he estado siempre distanciado cuando se ha hecho una película sobre una obra mía, ya sea una novela o un cuento. He tratado de distanciarme porque pienso que la literatura tiene sus leyes, pero el cine también. Yo respeto mucho al director, al director de arte y al guionista. Y aquí, de este cuento, yo no sabía cómo hacer el guión, porque no me gusta hacerle la trepanación del cráneo a lo que yo he creado, la cirugía mayor, eso es pedirle demasiado a un escritor.
Entonces me auxilié de un guionista ya con experiencia, Fidel Antonio Orta, que ha hecho un guión realmente extraordinario, con una dramaturgia, no lineal ni cronológica, sino circular. Hay cronología, pero hay sicología. El tiempo cronológico es de cinco horas en la vida de este personaje, pero el tiempo sicológico son muchos años, 40 y pico de años, los años en que esa persona estuvo fraguando, estuvo acunando, esa otra personalidad que floreció cuando se encontró por primera vez en un espectáculo de travestis y dijo: “esto es lo que yo quiero ser”. Es un acto, no solamente de desafío ni solamente de valentía, -porque había que tener coraje para asumir eso- es un acto, yo diría, de salvación espiritual. Es un acto de autoestima: “yo quiero hacer esto contra viento y marea y voy a enfrentar todos los obstáculos, todas las burlas, todos los escarnios que me dé la sociedad”.
Es un personaje que yo admiro, ¿sabes? Porque tiene tres conflictos fundamentales en su vida: el primero querer ser mujer cuando no es mujer biológicamente; el segundo enamorarse de lo imposible, a sabiendas de que es lo imposible -porque no creo que este personaje haya sido ingenuo- tenía amores con este hombre, pero sabía que no iba a poder reproducir el esquema heterosexual que la sociedad le exigía, sin embargo lo asumió así.
Y el tercer conflicto es el de querer ser una gran artista. Ninguno de estos personajes logra ser ni Edith Piaf, ni Beyonce, ni Rosita Fornés en el caso de Cuba. No lo logran porque no tienen la voz, no tienen las facultades. Son una especie de ventrílocuos, copias, calcomanías. Yo siento una gran compasión por ellos y a la vez una gran admiración. Porque yo admiro a todas las personas que desafían el prejuicio y las convenciones.
¿Podría ser una segunda “Fresa y Chocolate”?
Ojalá que pueda ser trascendente. Fresa y Chocolate es una obra realizada con mano maestra por parte de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío y con una actuación brillante, tanto de Perogurría como de Vladimir Cruz, pero no les veo similitud ni paralelo.
Sí, los dos cuentos son los dos cubanos que han ganado el Juan Rulfo*, hay temas parecidos, pero no es la misma tragedia. En ningún momento el personaje de Fresa y Chcocolate quiso ser una mujer. Y eso me parece que conduce a Fátima a otra dimensión de lo que los clásicos griegos llamarían lo trágico.
De todas maneras me complace mucho que Jorge Perugorría se haya entusiasmado y que sea el director, porque se ha identificado con el tema de la diversidad, pero la verdad es que nunca pensé en Fresa y Chocolate cuando estaba escribiendo este cuento. Pensé en el Parque de la Fraternidad, en Fátima y en estos personajes de la noche. No le veo un vínculo directo, honestamente.
¿Y “Cimarrón”, por qué no está en el cine todavía?
He recibido propuestas, algunas muy interesantes y muy apetecibles. Cimarrón es un libro que tiene su propia vida y Esteban Montejo es un personaje muy entrañable para mí por muchas razones y no me gustaría…
Los únicos dos guiones para ficción que me han presentado, no me ha complacido. Uno venía de Estados Unidos y otro de Puerto Rico. Ninguno de Cuba. Quizás porque los cineastas cubanos no están interesados o saben que no lo aceptaría yo. Sí se han hecho dos o tres documentales.
En una ocasión recibí un proyecto de guión y no me gustó lo que vi: un negro subiendo por el monte, detrás de una mujer rubia que se parecía a Lady Godiva en un caballo, hija del amo… eso no pasó en la historia que yo cuento en la Biografía de un Cimarrón. Esas cosas rocambolescas y sensacionalistas no me interesan.
Ese libro para mi significa mucho, me abrió muchas puertas, honestamente. Surgió en un momento… del black power norteamericano, surgió en un momento… idóneo y tuvo muchas ediciones y tiene muchas todavía, entonces ver en el cine a Esteban Montejo, mi personaje de Cimarrón, no, eso no me complace. Yo lo quiero tener por dentro. Ni así me den todo el oro del mundo -y quiero decir que me han ofrecido sumas, pero las he rechazado- porque para mi la memoria de Esteban Montejo, el respeto, el cariño y la confianza que se produjo entre nosotros, no tiene precio.
Y quisiera que cuando yo ya no esté en este mundo, cuando esté en el éter, a nadie se le ocurriera hacer nada con este libro, que lo dejen como está. Sería la mejor compensación y el mejor regalo que me harían cuando yo ya no esté en este mundo.
El raro elogio de escritor a guionista
El guión es extraordinario. Yo me conmoví mucho porque vi a los personajes, que eran secundarios, los vi, los vi vivos, escuché sus voces. Fidel Antonio Orta realmente estableció conmigo una comunión, una comunicación absoluta y me llamó la atención, con todo respeto, porque es un escritor, es un hombre, absolutamente heterosexual, sin la más mínima inclinación… y se identificó tanto, tanto, tanto, que eso me demuestra a mí que el ser humano tiene cosas que aprender de personas como Fátima.
Me impresionó mucho también el actor que incorporó a Fátima porque lo hizo con una gran sensibilidad, en una demostración de sus cualidades histriónicas por encima de sus gustos personales y de su condición también de heterosexual. Eso me resulta a mi mucho más convincente y conmovedor porque es un actor que tiene que desdoblarse completamente y eso tiene un doble mérito.
¿Está feliz?
Sí, yo soy feliz. Soy un hombre muy privilegiado, no me quejo de la vida. Jamás pensé que iba a ser un escritor con tres películas en el cine cubano.
Nunca trabajé para eso. Incluso soy un hombre que va poco al cine, me gusta más el teatro. La gente de teatro te puede decir que me paso la vida en los teatros, pero si llego a una sala de cine, me puedo aburrir, así sea una obra de arte. El cine lo veo distante, frio. No me gusta Anna Karenina en Greta Garbo -creo que soy el único que rechaza a Greta Garbo- yo veo distinta a Anna Karenina, la veo con ojeras, con pecas, no la veo bonita… Es que el cine me resulta a veces insultante porque me impone un arquetipo. Por eso soy lector, un gran lector. Yo vi Los hermanos Karamazov, por ejemplo y dije: una gran película, una joya, pero para mí….yo los veía diferentes. Cuando uno lee un libro, uno siente el aliento de las personas, los olores, las miradas. El personaje de The Catcher in the Rye, el personaje de Salinger, el personaje de El guardián en el Trigal, yo lo amo, es uno de mis personajes, que por cierto, el asesino de John Lennon iba con ese libro bajo el brazo, pero como me lo pongan en el cine, no voy al cine, porque yo lo tengo caracterizado como yo lo imagino.
El único personaje que me ha convencido en el cine, ha sido la Cecilia Valdés de Daysi Granados, porque yo concebía así a Cecilia Valdés, a pesar de que decían que ya ella estaba muy mayor para hacer ese personaje, pero a mi me gustó, me convenció. El escritor es muy raro, por lo general el escritor nunca queda satisfecho con la obra que le llevan al cine.
Pero si está feliz con las película de sus obras es porque sus personajes están como los hizo, ¿o no?
No, no, no. Ninguno me convence. Me convence Carlos Enrique como la Fátima de la película, pero no como la Fátima del cuento. La Fátima del cuento es un hombre mayor de 46 años, no es agraciado, tiene ciertos rasgos grotescos, cierta ingenuidad guajira y cierta vulgaridad urbana. La Fátima de Carlos Enrique Almirante es deliciosa, es fina, es bella. Es la Fátima del cine.
Jamás me convenció Beatriz Valdés en La Bella del Alhambra. Me convenció la película, que creo que es una joya del musical cubano, pero para mi La Bella del Alhambra es Amalia Sorg, mi Amalia Sorg maravillosa que yo conocí, que llevé al cementerio con 90 años, que era una mujer regordeta de ojos claros y de origen judío, húngara. Era otra cosa. El Gallego tampoco.
Me convencen las películas, pero no mis personajes llevados al cine. Ninguno de ellos son mis personajes de verdad, porque llevados al cine serían demasiado realistas y el cine quiere personajes bellos, hermosos, elegantes, glamorosos.
¿Y respeta al cine aunque sus personajes sean otros?
Yo respeto mucho al cine y no pretendo que respeten a mis personajes. Imagínate el Gallego mío, que yo lo concebí como un hombre bajito, rechoncho, barrigón, eso no podía ir al cine, tenían que buscar a Sancho Gracia, que era un hombre apuesto, el famoso Curro Jiménez, bien parecido, amante de un centenar de mujeres españolas y latinoamericanas…
El cine me convence como cine y Beatriz Valdés se acerca, pero nunca fue Amalia Sorg. El encanto y el glamour de Amalia Sorg no los tuvo nunca nadie que no fuera Amalia Sorg. Tengo que ser sincero, aunque eso me busque problemas.
Pero se le advierte entusiasmo por Fátima, se le ve feliz
Lo que he visto me complace mucho porque he visto a Pichy (Perugorría) dirigir con entusiasmo, con entrega total y he visto a todo el elenco trabajar, que es un elenco de lujo: Mirta Ibarra, Broselianda Hernández, Néstor Jiménez que hace el padre… Tomás Cao. Pero feliz feliz estaré cuando vea la película. Por ahora solo estoy lleno de inquietudes y esperando que salga el sol.
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*El escritor Senel Paz también ganó el Premio Juan Rulfo en 1994 por su cuento “El bosque, el lobo y el hombre nuevo”, obra que devino en guión de Fresa y chocolate.