Hart: abogado de causas difíciles 

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El recuerdo primero que guardo de Armando Hart Dávalos pertenece a mi adolescencia en mi pueblo natal. Era el centenario de la toma de Las Tunas por las huestes del Mayor General Vicente García González, y allá fue este hombre a encarar la difícil tarea de hablar  en torno a la figura más controvertida y hasta calumniada del mambisado cubano, lo supe entonces abogado de causas difíciles.

No creo que fuera el vicentista que algunos de la comarca oriental imaginaron, sino que de oficio o de conciencia, en 1976 cumplió con profesionalidad su papel de abogado del hombre de Lagunas de Varona, de Santa Rita, acusado por la historiografía tradicional de las peores causas dentro del campo insurrecto, pero que ocupó si no todos, casi todos los máximos cargos en la Guerra de los Diez Años.

Después entendí que las empresas complicadas parecían su especialidad. Este hombre, renombrado durante la lucha contra la dictadura por su dramática fuga de la zarpa batistiana, ocupó precisamente en el 1976 (en el mismo año de su discurso sobre El León de Santa Rita), el cargo de Ministro de Cultura, con el evidente propósito de curar heridas de la famosa Crisis del 71.

Armando Hart Dávalos fue el intelectual seleccionado para disipar la dolorosa conmoción en el universo de la creación del país. La rectificación llevaría demasiado tiempo, la sensibilidad perdura aún bajo la piel, pero la llegada de Hart al recién constituido Ministerio de Cultura fija –al menos formalmente—el fin del Quinquenio Gris, como lo definió el investigador, crítico, académico y ensayista cubano Ambrosio Fornet.

Ya antes, como Ministro de Educación del gobierno revolucionario, Armando Hart Dávalos dirigió la Campaña de Alfabetización, la más grande epopeya cultural conocida hasta nuestros días.

La democratización de la cultura, de la instrucción, encender la luz de la sensibilidad entre millones, resulta fuente de esa lumbre en cualquier tiempo posterior, y se inscribe en toda promesa de futuro.

En el orden intelectual, este hombre que físicamente se despidió el 26 de noviembre de 2017, asumió otros menesteres no menos complicados: reunir cada capítulo de la pedagogía, del pensamiento, de la ética, del patriotismo en Cuba, y validar en ensayos transversales su universalidad.

Este hombre honesto nos dejó precisamente un legado de sinceridad a la hora de conciliar como pauta de acción a creyentes como el Padre Varela, con ateos confesos y militantes como Marx, Engels y Lenin.

Entre nosotros los cubanos, multiplicó el nombre del peruano José Carlos Mariátegui, en el reclamo de hacer del marxismo creación heroica. Pero a Armando Hart Dávalos hemos de recordarlo mucho más por su vocación martiana, donde Dios es la idea del bien, y ser culto es el único modo de ser libre. En los últimos años de su existencia, realizó un trabajo que remontó fronteras geográficas, para certificar congresos formidables a la memoria del Maestro.

Habría en su existencia otros caminos tal vez inexplorados sobre el sufrir, que lo conectan con Santa Teresa y el Apóstol. Así lo tendremos también como ejemplo en el enfrentamiento valeroso al dolor, a la pérdida de seres queridos. A lo largo de su vida, honró cada nombre de prestigio y esa actitud, a la manera de Martí, lo honrará hasta el final de los tiempos.

 

 

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