La compleja situación económica que vive Cuba incide en el bienestar de la familia cubana, agobiada por las carencias, las limitaciones, la inflación y todo lo que deriva un mal casi pandémico que acompaña a la isla por más de medio siglo: el bloqueo.
A la par de este problema, porque mayúsculo es, va también la ineficiencia, el burocratismo, la falta muchas veces de comunicación, la ausencia de cortesía y sensibilidad, males que también habitan en esta sociedad nuestra, que claro está, no es perfecta pero sí perfectible.
En el ir y venir de los días transcurren las jornadas en la mayor de las Antillas, donde algunos se resisten a creer que mejore y logremos alcanzar la normalidad, como cuando la etapa de la Covid, otros optan por emigrar de cualquier manera, tras senderos que le propicien un cambio en sus vidas y están los que creen que sí podemos hacer la luz en este camino lleno de obstáculos.
Un país mejor es posible y no es una utopía, aunque el túnel parezca infinito. Un mejor país requiere del concurso de todos, del estremecimiento para seguir adelante, de la perseverancia, del arrojo para no desistir en la conquista del bienestar que se merece.
Un mejor país es posible e implica a todos, significa unidad, diálogo, inteligencia, compromiso, voluntad, control y también amor, esencial en todos los órdenes de la vida. Con un poco de todo esto se pueden empinar planes y hacerlos realidad, se pueden concretar medidas que acorralen indisciplinas y anulen medias tintas, se puede hacer, producir, fraguar.
En todo ello va algo válido para las generaciones de hoy y las que llegarán después y es ese valor supremo de ser una buena persona, es ese mejoramiento constante imprescindible para que seamos óptimos (para bien) en cualquier parte y en cualquier ejercicio.
Un país mejor es posible, como canta el trovador: No hacen falta alas/ Para hacer un sueño/ Basta con las manos/ Basta con el pecho/ Basta con las piernas/ Y con el empeño