Rafael Solís Foto: |
De pequeña descubrió el cine y entonces el mundo —su mundo— comenzó a hacerse inmenso. Hoy la conocemos como una actriz, una gran actriz que ha logrado traspasar la frontera de lo real y convertirse en un referente de actuaciones cuidadosas y sentidas.
Podría tener cualquier nombre cuando la vemos llorar, sufrir, desgarrarse, reír o vivir en la pantalla, pero el verdadero es Isabel Santos, una de las mejores intérpretes del cine y la televisión cubana.
Isabel es un rostro muy fácil de distinguir en películas como Clandestinos, La vida es silbar, Miel para Oshún o más recientemente Vestido de novia, y La pared de las palabras. Ha incursionado en la televisión pero es una mujer de cine, una actriz sincera, perseverante, que construye sus personajes como si en ello le fuera “otra” vida.
PERSEVERANCIA
Creo que siempre el mundo de poder actuar me interesó, lo que no conocía la palabra actriz, no estaba en mi cabeza, quizá no está en la cabeza de ningún niño. Me despertó mucho interés el carrito del cine móvil. Yo tenía muy poca edad, pero recuerdo que era un camioncito que tenía un proyector, iba por todos esos bateyes para llevar el cine. Entonces, todo el mundo sacaba su taburete y cuando llegaba el carrito móvil era una fiesta porque te ponían un documental, un noticiero y una película y a veces las películas se repetían, pero la gente volvía a verla.
Ver las proyecciones en aquella pantalla en la pared de un almacén donde había abono, fue fascinante para mí. Mi pasión por el cine después se hizo muy consciente pero tiene su raíz en mi niñez.
Llegar hasta aquí ha sido un camino difícil, primero por el lugar donde crecí. Nací el 4 de septiembre de 1961 en la provincia de Camagüey, pero nos mudamos a un batey de pocas casas, donde no había luz eléctrica y la escuela era una casita de guano con niños de varios grados. Ya en cuarto grado pasé a la escuela del pueblo del central, que quedaba a dos kilómetros de mi casa y tenía que hacer ese recorrido todos los días. Después la secundaria me quedaba en otro pueblo que se llama Minas y en noveno grado se hizo la captación para la Escuela Nacional de Arte, tuve mucha suerte, me hicieron la prueba y aprobé… en fin, pasé mucho trabajo pero eso es querer lo que uno se propone en la vida… He sido muy perseverante y también se lo debo mucho a mi madre.
En la ENA teníamos excelentes profesores, que nos hacían sentir orgullosos. El profesor era como un espejo, no solamente impartía la clase, nos enseñaba lo que era la disciplina y el rigor en esta carrera, que es muy difícil.
La formación en las escuelas de arte es algo que, en este momento, me preocupa muchísimo. Claro, cada generación es diferente, la mía fue muy luchadora y soñadora. Queríamos de verdad ser mejores, no había una competencia agresiva ni envidiosa, ni se sacaba la parte mala del ser humano. Los años 90 acabaron con eso, fue un momento muy duro para el país y la pirámide se invirtió.
Ahora, a esos profesores que son ancianos y están en sus casas, yo les tocaría la puerta y le diría “usted tiene este salario y quiero que forme nuevas generaciones”. No solamente de sueños vive el hombre, pero creo que hay que tocar las puertas, no me canso de decirlo, hay que atender a los artistas que nos quedan.
ACTUAR ES ROBAR VIDAS
A un actor lo define la verdad absoluta, la sinceridad, el no traicionarse. Vivimos muchas vidas y tienes que ser muy observador, ver lo que te rodea porque entras en la piel de otro personaje. Yo actúo de mis vivencias, soy una robadora de vida, lo hago inconsciente.
Puedo estar en una reunión, en una fiesta o en un velorio y empiezo a guardar información en un disco duro y un buen día cuando tengo un personaje hay un bombillo que me hace ¡tac! y ahí lo tengo. Además, cada vez que construyo un personaje tiene una música diferente. Son ejercicios que te enseñan en la escuela y que, cuando los practicas mucho, los haces sin darte cuenta, pero hay que estudiar mucho, no es pararte delante de una cámara y ser siempre el mismo.
Salir en una pantalla no te define como un actor ni bueno ni malo. Ser actor no es un juego, los medios no son un juego, hay quien dice “el que tenga los medios tiene el poder”, pero cuánto daño hacemos con las personas que no se saben dirigir a la población, en la música que ponemos, en cómo se visten… eso marca tendencias.
Yo siempre tengo buenas relaciones con todos los actores que trabajo y si no la tengo la busco, muchas veces lo logro, otras no. Pero los actores cubanos, por lo menos los de mi generación somos muy solidarios y nos apoyamos cuando estamos en una película y cada uno se va contando su historia para que una maquinaria pueda engranar en otra.
PERSONAJES
Con los personajes puedes sufrir mucho o no, porque estás haciendo otra vida, que quizá tiene puntos de contacto contigo. A mí hay personajes como el de La pared de las palabras que me tuvo casi dos meses en un estado de silencio y no porque yo me lo propusiera, sino porque para una madre perder un hijo es terrible y en la película desde que comienza se dice que Elena va a perder a su hijo. Yo creo que nunca me propongo ese estado de ánimo pero me lacera.
Todos los personajes me han marcado. Una vez una amiga me dijo que maltrataba mucho mi físico y es que cada personaje te exige cosas diferentes. Para la película que acabo de filmar con Lester Hamlet, Ya no es antes (título provisional), basada en la obra de Alberto Pedro Weekend en Bahía, donde comparto rol con Luis Alberto García, yo quería tener una gestualidad diferente que no es la mía, sino la de una mujer que todo el tiempo se toca la cabeza y por eso me corté el pelo.
Engordar para una película, bajar para otra, ponerte lentes que son tan agresivos para los ojos…sí, yo creo que me he agredido mucho físicamente, pero para mí eso es un disfrute porque yo trato —no siempre lo logro— que cada personaje tenga su mundo.
Tengo una edad difícil, ya no soy la protagonista, pude protagonizar muchas películas cuando era joven pero ahora los personajes son otros y ese momento que me dan tengo que aprovecharlo al máximo. El personaje secundario lo tengo que hacer como si fuera el protagónico porque no sé si lo van a cortar, tengo que entregar mucho para lograr que mi escena no se la lleve el director.
He disfrutado todos mis personajes. A partir de que termino, el personaje ya no es mío. El último día cuando dicen corten, yo me estoy quitando la imagen del personaje, porque quiero que para el espectador sea una sorpresa. Inmediatamente cambio y llego a mi casa muy feliz por haber hecho otra vida, por vivir otro proceso y por saber que estoy haciendo lo que me gusta y no por un premio, sino por el aplauso.
PREMIOS…APLAUSOS
El público cubano es muy inteligente y siempre eres por lo que ese público que te ha aplaudido, para muchos sigo siendo la muchacha de Clandestinos y voy a cumplir 55 años, eso no se paga con nada, ese es mi aplauso, ese es mi público natural. Podré tener premios de otras partes, pero mis dos corales son muy importantes y los aplausos del público cubano.
Cuando se hizo la premier de Vestido de novia, en el Chaplin, en un momento de la proyección la gente empezó a aplaudir, eso sí fue un premio, te das cuenta que el cine vibra aunque la gente no hable.
Los premios los tengo en un tablón, algunos están más descabezados, otros menos, pero cada uno tiene un valor sentimental. Eso sí, a veces vienen cuando menos lo esperas.
ACTRIZ Y DOCUMENTALISTA
La figura del director es fundamental. Yo creo en el director que es capaz de decir qué hará Isabel Santos con este personaje que no tiene nada que ver con ella. Ahí están los grandes directores. Me gustan que me dirijan, que me pidan cosas difíciles, yo siempre lo comparo con la plastilina, el actor tiene que ser dúctil, ser un material moldeable y tratar de hacer cosas diferentes para que el director tenga varias opciones.
El vínculo entre el actor-director es mágico. Creo que de todos los directores con los que he trabajado he aprendido.
El fotógrafo también es fundamental para mí en una película y los grandes fotógrafos te enseñan mucho. Eso me ha llevado a veces a querer contar historias pequeñas en un documental.
Yo sé que soy actriz, no realizadora porque el intrusismo como lo critico me cuesta trabajo y cuando aparece una historia me digo: la tengo que contar. Pero una mujer documentalista andaría todo el tiempo buscando historias, yo no, un día aparece una y la cuento.
Hasta ahora he realizado tres documentales: San Ernesto nace en la Higuera; luego pasaron diez años para que se me ocurriera Viaje al país que ya no existe con Iván Nápoles en Vietnam; y ahora acabo de terminar uno que se llama El camino de la vida, que se trata de la vida de Isabel Álvarez Morán, una sobreviviente del Cerco de Leningrado que vive en Cuba con 93 años; se estrena ahora en marzo.
Es una historia de 35 minutos pero muy conmovedora sobre una mujer que, además, me ha enseñado muchísimo. Ha sido una vida que sé que me voy a robar porque es una mujer que lo ha perdido todo y sin embargo, la vida es muy importante.
ISABEL
Con esta edad, hay cosas que yo daría la vida por tenerlas y sé que no las voy a tener nunca… Quisiera regresar a mi padre, desearía volver a sentarme con todos los amigos que no están, lo necesito. A veces levanto el teléfono y digo ¿qué número marco? … ¡Si yo tuviera la capacidad de volver a empezar y lograr que mis sueños se hicieran realidad! pero esa es la vida, te da y te quita.
Mi vida ha sido trabajo, creo que he sido muy consecuente con lo que pienso. Eso sí, me ha costado mucho, me ha costado pérdidas tremendas, en todo sentido.
Tuve un sueño y lo he cumplido. Cuando pasan los años te das cuenta que hay una obra consagrada con sacrificio y un aplauso que te ha dado el público, ya con eso te digo que mañana me puedo morir.
Creo que cumplí y que logré el sueño más grande que tuve siendo niña que era verme en esa pantalla como en el carrito de cine móvil. Yo lo logré y eso me hace ser una mujer feliz.