Lorca: hombre del mundo, hermano de todos

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Federico García Lorca

En el poema, Federico García Lorca tiene un hogar a prueba del tiempo. “El Crimen fue en Granada”, de Antonio Machado, expone aquel minuto postrero de quien sin temor “se le vio, caminando entre fusiles”, a pocos minutos de que despuntara el alba. Ahí permanece el capítulo sombrío de unos verdugos que no se atreven a mirarle a los ojos.

Pasan los años, y el autor de Yerma jamás estuvo tan vivo, en perenne marcha, a contrapelo del crimen. Es verdad que las dramáticas circunstancias de su asesinato contribuyeron a esa permanencia, pero hay suficiente intensidad y grandeza en ese legado literario, muy por encima de su injustificable fusilamiento a manos del franquismo.

Ante el inexorable juicio de la historia, los acólitos contemporáneos del General Franco, extienden listas de intelectuales de derecha ejecutados por los republicanos. El propio Fidel, por cierto, un gran admirador del poeta y dramaturgo granadino, decía que en la Guerra Civil Española hubo mano dura de parte y parte. Desde el punto de vista humano, cualquier muerte significa una tragedia.

Nada justifica el exceso, venga de donde venga, pero en el orden del mester en lengua hispana durante el siglo XX, poco puede equipararse con la obra de Federico García Lorca. La bitácora fascista de los seguidores del Caudillo, no logra articular una excusa ante el crimen, ni tampoco exponer un legado a la altura del muchacho de Fuente Vaqueros.

Conmueve esa poesía que parece brotar de la tierra, con tantos signos de amor y de muerte. El Primer Romancero Gitano validó para siempre claves populares, a menudo víctimas del prejuicio y de la exclusión. El Poema del Cante Jondo, por ejemplo, constituye una pieza a imagen y semejanza de Federico García Lorca, de plena intensidad, profunda, trágica, emocionada.

El granadino supuso como la reencarnación del Rey Midas en el verso y en el drama. Su paso por Cuba tejió anécdotas inolvidables, y nos dejó el formidable poema “Son de Negros en Cuba”, convertido luego en joya coral: el “Iré a Santiago”, del maestro Roberto Valera. El teatro de Lorca constituye otra historia, igualmente escrita en páginas brillantes. La crítica alude a los célebres dramas irrepresentables, El Público y Así que pasen cinco años, de honda influencia freudiana, donde aparecen el hecho teatral, la revolución y la homosexualidad. O Bodas de Sangre y Yerma, igualmente inmortales por los signos universales ahí reunidos.

 

“Dale café, mucho café”

Claro que no podría faltar en el juicio histórico La Casa de Bernarda Alba. El amor y la muerte, el prejuicio y la lucha, son trabajados por Federico García Lorca con hondo calado, tal vez nunca antes conocido. Sobre esto circulan historias de odios y venganzas de familias enfrentadas por tierras y distintas posiciones políticas.

Un cineasta y poeta español, Emilio Ruiz Barrachina, presentó hace unos años en La Habana su documental Lorca: el mar deja de moverse, por donde discurren anécdotas y silencios sobre el asesinato, las disputas de los García Rodríguez y los Roldán y Alba, la homofobia y la represión tras la sublevación franquista.

Federico García Lorca se refugió en la casa de Luis Rosales, cuyos hermanos eran conocidos por su filiación falangista. Entre quienes se personaron allí para arrestarlo el 16 de agosto de 1936 estaba Juan Luis Trescastros Medina, casado con una prima lejana del padre de Federico. El sujeto, se sabe, luego se jactaría de participar directamente en el crimen.

En manos de la denominada Guardia Civil de los sublevados contra la República, el devenido gobernador de Granada, José Valdés Guzmán consultó al general Gonzalo Queipo del Llano sobre el destino del poeta y dramaturgo. La respuesta del sanguinario oficial fue “Dale café, mucho café”.

En un acta de la Brigada de Investigaciones Sociales, la policía secreta franquista, afirma que Lorca confesó, aunque no se dice qué dijo realmente. Lo acusaron de estar al servicio del espionaje soviético, de fungir como secretario del republicano Fernando de los Ríos y de ser un aberrado homosexual.

Aunque siempre hubo dudas sobre la fecha exacta de su muerte, ya parece consenso que fue asesinado a las 4:45 de la madrugada del 18 de agosto de 1936, junto al maestro Dióscoro Galindo González, y los banderilleros Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas. Sus restos jamás han sido encontrados. La familia hasta hoy se opone a la búsqueda de los restos, como sellando idéntico valor humano para todos los inmolados, sin distinción para nadie.

A la vera del camino entre Víznar y Alfacar en Granada, se supone que sean muchas las víctimas del fascismo allí enterradas. En un túmulo a la memoria de los caídos se escribió “Lorca eran todos”. De alguna manera, la idea integra los autos de fe de Federico, quien en una entrevista se autodefinió como hombre del mundo y hermano de todos.

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