Fue una casa de recreo, nombrada Villa Blanca, construida en 1945, que ocho años después Fidel y Ernesto Tizol Aguilera consideraron lugar apropiado para campamento general de los jóvenes que asaltarían la segunda fortaleza más importante del país: el Cuartel Moncada.
Aquel sitio, alquilado en abril de 1953 con el pretexto de establecer un negocio para pollos tuvo algunas transformaciones; al pozo de abasto de agua le abrieron cuatro huecos que facilitaron introducir una cruceta de madera para atar los paquetes de armas y en sus áreas construyeron tres supuestos gallineros para ocultar los autos en los cuales se trasladarían hasta la ciudad de Santiago de Cuba.
Allí llegó Abel Santamaría Cuadrado en los primeros días de julio como administrador, y en horas de la noche del día 25 irrumpió un grupo de jóvenes que junto a Fidel en la madrugada del 26 de julio asaltarían la mañana de la santa Ana, con los sueños atados al alma y la esperanza puesta en el triunfo para hacer a la Patria libre.
Aquella acción no logró el objetivo previsto, un combate desigual obligó a la retirada de los asaltantes que sobrevivieron y marcó una desenfrenada cacería del ejército batistiano.
Precisa la historia que durante la mañana del 26 de julio, soldados del ejército descubrieron la casa y durante la tarde y la noche depositaron cinco cadáveres de jóvenes asaltantes asesinados; y después del mediodía del 27, dejaron abandonado en una de las porterías de acceso el cuerpo sin vida de un civil, momento en que ametrallaron la fachada de la vivienda.
La muerte y el odio, el odio y la muerte ocuparon así días de fiesta de la región oriental, enlutaron la historia y estamparon para siempre el arrojo de aquellos jóvenes que dieron la vida, sus sueños por la ansiada libertad; y la significación de aquel sitio que abrigó los instantes que precedieron el asalto.
De esa manera, la casa de recreo Vila Blanca, se adjudicó un lugar en la historia, sobre sí habitan momentos inolvidables que revelan la heroicidad de una generación que impidió la muerte de José Martí en el año de su centenario.
El 23 de julio de 1965, aquella casa pintada de blanco y rojo, testigo de un suceso histórico que develó la última etapa de la Guerra de Liberación Nacional fue convertida en Museo Granjita Siboney.
Hasta este sitio llegan diariamente visitantes de la mayor de las Antillas y de todas partes del mundo para ese encuentro con la historia, para ese recorrido que muestra 61 años después, la vida misma de quienes decidieron luchar por un ideal, aquella generación que se inscribió para la posteridad como: la generación del centenario.