Cuando se habla de contaminación ambiental, casi siempre se piensa en calles sucias, basura acumulada en micro vertederos y fosas desbordadas; pero pocas veces se mencionan la contaminación sonora y la música a niveles inadecuados en zonas residenciales, como un hecho que altera el medio ambiente.
Sin embargo, la contaminación sonora es tan peligrosa como cualquiera de las formas ya mencionadas, aunque muchos no la perciben como peligro potencial para los seres humanos.
A mi entender, eso es lo que ocurre en muchos lugares y San José de las Lajas no es una excepción, donde personas indolentes escuchan música a cualquier hora del día o la noche, ya sea en hogares, autos que frecuentan la zona y centros promotores musicales y, peor aún, lo hacen de manera inadecuada porque le suben el bajo a los equipos a tales niveles que producen una onda expansiva semejante a explosiones sucesivas.
Esa reverberación causa trastornos sicológicos, nerviosismo, estrés, dolores de oído y trastornos cardiacos y perturbar la vida normal, porque el ruido no permite comunicarse, ver la televisión o escuchar la música preferida, pues la del vecino infractor violenta su espacio.
Los graves problemas derivados de esa actitud irrespetuosa conducen al conflicto, en la mayoría de los casos, porque los promotores de la contaminación sonora se manifiestan de manera irracional cuando el afectado le llama la atención y, en muchas ocasiones, ocurren desavenencias, actos violentos o problemas interpersonales que requieren la intervención de los agentes del orden.
Y no es para menos, porque nadie está obligado a soportar pasivamente la irritación producida por la música a altos volúmenes, perturbando la tranquilidad de quien descansa, estudia, trabaja, sufre enfermedades o realiza labores creativas al amparo del hogar.
Por eso, considero un buen acierto tratar la contaminación sonora y sobre todo la producida por la música inadecuada, en programas que brinden la posibilidad de la participación popular en el debate abierto contra las indisciplinas sociales, pues un pueblo orgulloso del alto nivel educacional alcanzado no debe arriesgar el equilibrio emocional por culpa de seres indolentes que no respetan la tranquilidad ajena.
Actitudes como esa merecen el rechazo de todos los que tienen sentido común y suman su esfuerzo a la buena voluntad para enfrentar las indisciplinas entre las que se incluye la contaminación sonora, sin duda, una forma peligrosa de agresión al medio ambiente.