Existen personas que se inscriben en la vida más allá de su desaparición física. Son esas que dejan una huella imperecedera, que habitan en la memoria y recurren desde su ejemplo a las urgencias de este tiempo que requiere de decoro, altruismo y ternura. Ania Pino es una de ellas.
Octubre marca siempre ese adiós prematuro que truncó la sonrisa y talento de la joven periodista que desafió su tiempo con la perspectiva de hacer y hacer bien. Ania era de esas profesionales perseverante en su oficio, exigente así misma en ese reto cotidiano de fraguar la maravilla.
Inquieta, apasionada, con la mirada y el corazón en la obra que seguiría a la que estaba haciendo, porque así sentía lo que hacía, una obra que cada vez debía ser mejor.
Esas coincidencias que no escapan en la vida, nos descubrieron este miércoles 18 de octubre en asamblea de balance de nuestra delegación de base de la UPEC en radio Camoa. Trascendió en el aula docente que lleva su nombre, porque así entendimos se debía llamar ese recinto donde el aprender, la superación y perfeccionar el trabajo es la máxima.
A las urgencias de este tiempo le asiste el reclamo de un periodismo cada vez más auténtico, espontáneo y veraz. La originalidad y la inmediatez convocan desde su esencia a la dinámica de una profesión que cada día debe propiciar más luz. Es esa manera directa, clara, arropada de argumentos que siempre revelen la verdad.
Que no esté Ania Pino físicamente no significa su ausencia, su impronta late desde el ejemplo que es, inspiración para las actuales y futuras generaciones de periodistas, ánimo para no perder la ternura ni la vía en este hacer comprometido con los principios y la razón.
Este miércoles pusimos la mira más allá de la utopía, en ese mundo mejor que desde nuestro hacer podemos contribuir a lograrlo en la medida que cada propuesta despierte la esperanza y sacuda lo inservible para apartarlo de raíz del camino que define hacer un mejor periodismo.
