El magnicidio de Dallas

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John Fitzgerald Kennedy fue declarado muerto a la 1:00 de la tarde del 22 de noviembre de 1963 en el Hospital Memorial Parkland de Dallas. Resultó infructuoso el protocolo médico para reanimar un cuerpo cuyo cráneo había perdido gran parte de la masa encefálica por el impacto de un disparo de fusil. La decisión del personal de guardia de aquel día, constituye un documento revelador de la lucha desesperada contra el morir, y un testimonio de las heridas del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos.

Allí estaba, junto al cuerpo inerte y pálido, Jacqueline, la primera dama, a quien el ensayo fotográfico fijará para siempre en una reacción desesperada sobre la limusina presidencial, ante el estupor y la sorpresa en la Plaza Dealey de la ciudad de Texas. Una autora cubana, Teresita Candia, escribiría años más tarde la novela Dallas: 24 horas de un complot, publicada por la Editorial Capitán San Luis. Solamente una mujer, creo, podría escribir algo así: el amor desnudo, indefenso, acribillado, la sangre en el vestido, el instinto natural de insuflarle vida al ser querido que se va.

Pero otra gran novela tendría que escribirse en este heroico enclave, agredido y calumniado. Las agencias del vecino poderoso, encargadas de dilucidar el magnicidio, no solamente ocultan arbitrariamente hasta hoy información sensible y clave en torno al hecho, sino que desde el principio propalaron pistas falsas para inculpar a Cuba, en esa obsesión perenne de crear una razón plausible para invadir el país y derrotar a la Revolución.

Al margen de colores y sesgos políticos, para la inmensa mayoría del mundo, Kennedy fue víctima de un complot. El 22 de noviembre de 1963 aconteció un golpe de Estado en Norteamérica, que impuso un entramado aún vigente. Pero a pesar de las fuertes evidencias, de las investigaciones del Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, todavía la versión oficial es la del asesino solitario, la conclusión de la Comisión Warren que nadie parece dispuesto a creer.

¿Qué leyenda le inventaron a Lee Harvey Oswald, el presunto ejecutor? Pudiera ser ingenuo y hasta infantil, pero ahí está el cuadro: desertor de la Armada que se marcha a vivir a Moscú, donde crea una familia; por lo visto, allá entrega datos que facilitan el derribo de un avión espía U-2, luego regresa a los Estados Unidos, donde se habría inscrito en el Partido Comunista de ese país y en el Comité Pro Trato Justo para Cuba.

Pero eso no es todo. Antes de ese episodio que no deja de conmover, el hombre estuvo en la embajada de Cuba en México. Solicitaba viajar a La Habana, según él, la vía expedita para llegar a la Unión Soviética otra vez. En la sede diplomática, por supuesto, le denegaron la solicitud. ¿Por qué no hacía el trámite directamente en la representación soviética en aquella propia ciudad? De haber logrado su propósito, se habría creado una coartada casi imposible de desmentir: el presunto asesino había estado en Cuba para recibir orientaciones para matar al Presidente de los Estados Unidos.

Y no solamente eso. Es conocido el episodio de las cartas despachadas desde La Habana hacia los Estados Unidos, dirigidas al tal Oswald, donde presuntos oficiales de la Seguridad del Estado en Cuba, le estarían dando órdenes precisas sobre el crimen. En el momento del arresto, el personaje negó los cargos y se calificó a sí mismo de señuelo. Dos días después, cuando era trasladado a la cárcel del Condado, en el propio cuartel de la policía, ante las cámaras de la prensa, un mafioso de Chicago, Jack Ruby, lo asesinó a tiros. El sujeto justificó su acción como algo casi samaritano hacia la viuda Jacqueline, para evitarle el mal rato de encarar a Oswald en un juicio.

La investigación más completa realizada en Cuba, a partir de la información que se ha podido obtener, está a cargo del general de división de la reserva del Ministerio del Interior, Fabián Escalante Font. En esa tarea de atar cabos, expone pruebas irrebatibles sobre un complot en el cual estarían implicadas varias agencias norteamericanas, con la participación efectiva de contrarrevolucionarios cubanos.

No hay dudas de que en los libros del general Fabián existe una ruta razonable hacia la verdad. La propia reacción de la CIA lo confirma. La principal agencia de espionaje yanqui, responsable de numerosos planes de atentados contra el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, pagó aproximadamente un millón de dólares para la realización del documental Cita con la muerte (por cierto, el mismo título de una obra de Agatha Christie), del director alemán Wilfried Huismann, para volver a la historieta ridícula de la supuesta culpabilidad de Cuba.

Siempre circuló el rumor de que los documentos sobre el magnicidio en Dallas se desclasificarían solamente 100 años después, una eventual patente de impunidad y de vida tranquila para asesinos y cómplices. Algún día se sabrá la verdad. Habrá sin falta sorpresas en los nombres de algunos implicados, pero será sin duda otra prueba de la ética de la Revolución Cubana.

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