El hacer es un acto natural de la juventud. A manera de patrimonio vivo quedaron las palabras del Comandante Ernesto Che Guevara: “Pero la juventud tiene que crear. Una juventud que no crea es una anomalía realmente.” Es la edad en que resulta un proceso biunívoco el descubrimiento y la transformación del mundo.
Tiene el arte un papel fundador; es la arquitectura misma del espíritu. En él se hallan las herramientas con las cuales la naturaleza humana se concibió a sí misma. Fue la cultura, y muy especialmente el arte, lo que diferenció decisivamente a la humanidad del resto del mundo animal.
Luego entonces, el arte desde los jóvenes garantiza en todo caso continuidad. Esclarece rutas, diseña compromisos, instruye, pero sobre todas las cosas, sensibiliza. La creación despierta esa fibra tantas veces escondida en el alma, para levantar el entusiasmo por las nobles causas. El artista comparte la obra con los suyos, y se reparte entre tantos y tantos hermanos.
Son tiempos en que florece la industria del entretenimiento. Los poderosos hacen su negocio con la pseudocultura. El arte cumple entonces una tarea emancipadora desde la edad de los más puros sueños y de la energía posible para realizarlos. Es una lucha que tiene en los jóvenes la mejor esperanza, la de establecer verdaderas jerarquías artísticas.
En las artes hay un legado enorme de pensamiento y un acervo ético incalculable. El optimismo deviene promesa del futuro si tales premisas se convierten en instrumental perenne de la juventud.
El 18 de febrero es día de celebración para los instructores de arte. Fecha consabida para la creación perenne.