Seis meses de agresiones, caos y resistencia

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En el primer semestre se han multiplicado los atropellos del gobierno contra el pueblo. Pero el desmanejo del Estado, la endeblez política, la regresión económica y la resistencia popular socavan esa andanada. Milei intenta compensar esas inconsistencias con mayor protagonismo en el exterior, mientras aprovecha el socorro de la derecha convencional y el desconcierto del peronismo.

Ya se han batido todos los récords de destrucción del ingreso popular. Nunca se registró una demolición tan acentuada en tan poco tiempo. El nivel de vida ha caído a un piso muy cercano a la tremenda crisis del 2001. Los salarios registrados cayeron 21%, el sueldo mínimo perdió 30% y las jubilaciones se derrumbaron 33%.

La desnutrición genera estragos entre los indigentes y más de cuatro millones de personas han ingresado al submundo de la pobreza. La clase media hace malabarismo para mantener los gastos de escolaridad, cobertura médica y transporte, liquidando ahorros, contrayendo deudas y consumiendo segundas marcas.

El sufrimiento es mucho mayor para los 95.000 despedidos del sector privado y los 25.000 licenciados de la administración pública. Milei se enorgullece de esa sangría y promete echar a otros 50.000 empleados estatales, para dejar en la calle al 30% de los contratados. Ya instauró el principio de esa cirugía y celebra la desgracia del desempleo.

El ocupante de la Casa Rosada ha introducido un insólito sadismo en la política económica. En lugar de ponderar inversiones, fomentar el empleo y auspiciar mejoras del consumo exalta el sufrimiento popular. Enaltece la crueldad y los padecimientos actuales, como si constituyeran un insoslayable ingrediente de la prosperidad futura. Nunca dice cuándo llegará ese alivio. Tan solo ensalza el ajuste como anticipo del mítico predomino del mercado, que facilitará el bienestar general.

Milei no ejemplifica sus fantasías con algún modelo de país que haya transitado por esa trayectoria. Solo repite los vagos enunciados del neoliberalismo extremo que actualmente desecha el grueso del mundo. Su incoherente verborragia oculta que las desgracias de la mayoría continúan enriqueciendo a un puñado de acaudalados.

Todos los días insulta a las familias que no pueden completar sus comidas diarias. Presagia que ¨algo harán¨ para no morirse de hambre, como si la responsabilidad de ese sustento dependiera del comportamiento de cada individuo.

Milei presenta la miseria como un efecto de ¨vivir por encima de las posibilidades¨, descalificando las mejoras conquistadas por el pueblo. Como aborrece la justicia social considera inadmisible cualquier atisbo de menor desigualdad. Arremete contra ¨gastar más de lo que ingresa¨, repitiendo una falsa identidad de la familia con el Estado. Esa comparación ignora el abismo que separa la política económica del manejo de un presupuesto personal. Ataca, además, el ¨pasado populista¨ silenciando las nefastas consecuencias de los gobiernos neoliberales.

En el primer semestre del gobierno se ha reforzado la apuesta antipopular de la clase dominante. Pero ese atropello está socavado por el desmanejo del Estado, la endeblez política y la regresión económica. Milei intenta compensar esas inconsistencias con mayor protagonismo en el exterior, pero afronta una significativa resistencia popular. Cuenta con el socorro de la derecha convencional y aprovecha el desconcierto del peronismo, mientras la batalla principal se define en la calle.

 

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