Nuevo mapa político en América Latina

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  • La existencia de un nuevo mapa político en América Latina signado por la preeminencia de gobiernos progresistas es un dato incontrastable. El predominio de administraciones de este tipo en el 80 % de la región, suscita grandes debates sobre el perfil de un renovado ciclo de centroizquierda.

La dinámica de este proceso es más comprensible sustituyendo el rígido término de ciclo por la noción más flexible de oleada. Este concepto conecta el tipo de gobiernos prevalecientes con los resultados de la lucha popular. La primera secuencia progresista de 1999-2014 fue sucedida por la restauración conservadora de 2014-2019, que a su vez desembocó en los últimos tres años en el reinicio del curso proceso previo (García Linera, 2021).

La novedad del escenario actual es la participación un protagonista centroamericano de peso (México) y otro de gran influencia política (Honduras), en un rumbo exclusivamente localizado en Sudamérica en la fase anterior.

Los nuevos mandatarios han asumido en algunos casos como resultado de rebeliones populares, que tuvieron traducciones electorales inmediatas. Los gobiernos de Bolivia, Perú, Chile, Honduras y Colombia emergieron al calor de esas sublevaciones callejeras.

En otras situaciones, el descontento social convergió con la crisis, el desconcierto de los presidentes derechistas y la incapacidad del establishment para posicionar a sus candidatos (Brasil, Argentina, México). A su vez, en dos contextos de enorme resistencia popular, la movilización callejera no tuvo desemboques en las urnas (Ecuador), ni permitió la superación de un caótico escenario (Haití).

El fracaso de todos los gobiernos neoliberales ordena esta variedad de contextos. La restauración conservadora que intentó enterrar la experiencia progresista, no consiguió concretar esa sepultura.

Pero a diferencia del ciclo anterior, los derechistas han perdido un round, sin quedar fuera del ring por un tiempo perdurable. Siguen en carrera redoblando la apuesta, con formaciones más extremas y proyectos más reaccionarios. Disputan codo a codo con el progresismo la futura primacía gubernamental. Continúan referenciados en el trumpismo estadounidense, mientras la vertiente de Biden ha comenzado a jugar sus fichas con algunos exponentes del progresismo.

La vitalidad de esa latente contraofensiva de la derecha regional introduce una diferencia sustancial con el ciclo anterior. Basta observar la polarización del grueso de los comicios entre el progresismo y la ultraderecha para notar este nuevo escenario. La primera fuerza ha vencido (hasta ahora) por estrecho margen a la segunda en las definiciones presidenciales, pero no en las elecciones posteriores o parciales. Tan sólo impera un frágil equilibrio, que induce a la cautela a la hora de evaluar el alcance de la actual oleada progresista.

Esa prudencia se extiende a otros planos. Los voceros de la derecha obviamente descalifican el ciclo actual por su evidente interés en impugnar al adversario. Por eso hablan de una “marea rosada débil y poco profunda” (Oppenheimer, 2022).

Pero también los simpatizantes de este proceso destacan la ausencia de liderazgos comparables a la fase anterior (Boron, 2021) y remarcan el carácter fragmentado de un proceso carente de homogeneidad en la economía y la política exterior (Serrano Mancilla, 2022).

Las fuertes respuestas de Maduro a Boric por los cuestionamientos al régimen venezolano ilustran esa ausencia de un bloque unificado. Algunos analistas observan en esa grieta el debut de una “nueva izquierda antipopulista”, que emergería superando la inmadurez del período anterior (Stefanoni, 2021). Pero con mayor realismo, otros evaluadores destacan la continuidad de un viejo perfil socialdemócrata en perdurable tensión con los procesos radicales (Rodríguez Gelfenstein, 2022).

La centroizquierda moderada ha impuesto hasta ahora la tónica de la oleada en curso. Repite mensajes de armonía y conciliación, frente a una derecha extrema y brutal, que busca canalizar el descontento social con discursos y acciones más contundentes. Ese progresismo light tiende a quedar desubicado, en un escenario alejado de sus expectativas y prácticas corrientes (Aharonian, 2022).

Los dos mandatarios progresistas más recientes llegan al gobierno con trayectorias distintas, pero rodeados de la misma expectativa. Petro es el primer presidente de ese signo en Colombia y Lula inicia su tercera gestión, al cabo de la terrible noche padecida en Brasil con Bolsonaro.

Otra figura de gran peso regional como López Obrador -que ya transitó un largo trecho de su administración al frente de México- mantiene su credibilidad. Por el contrario, el gobierno de Fernández es sinónimo de fracaso en Argentina, las políticas de Boric suscitan frustración en Chile y antes de su derrocamiento, Castillo acumuló un récord de fallidos en Perú. Estas seis experiencias ilustran los problemas del nuevo progresismo en América Latina.

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