El amor salva

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Para tiempos raros el amor salva, decía mi amiga Aida, una vecina del barrio donde nací, que conocí en mi niñez y adolescencia; sobrepasaba entonces los 70 años y tenía a su recaudo tantísimos consejos que regalaba como el mismísimo saludo de cada día.

Recuerdo siempre esa sentencia y a ella acudo cuando veo más nubarrones de la cuenta, esos que atormentan, que ponen el día feo, que nos obstinan y casi nos hacen bajar los brazos, pero, entonces pienso en mi amiga Aída, y reconozco que el amor es el antídoto para la tristeza y también la fuerza capaz de movilizar emociones y voluntad.

Cuba, esa isla que tantos amamos, este país que reconozco no conocer en su totalidad, es ese nido al parecer medio vacío por la ausencia de muchos hijos, pero, también abrigo de los que deciden seguir aquí, eso sí, todos hijos, aquí o allá.

Esas distancias que por cortas o largas estremecen marcan esta época, donde también la crisis que nos sofoca deja su huella, y la incertidumbre de unos, el descontento de otros, la fe de algunos y la voluntad de los que insisten en defender este tiempo testifican que vale la unidad y junto ella el amor para salvar la esperanza y también nuestra amada isla.

El amor es imprescindible en todos los órdenes de la vida, en el trabajo para hacerlo de manera óptima, en nuestras relaciones sociales para que sean sinceras y fructifique de ellas el bien, en la familia para que habite la armonía y la razón, en la sociedad que requiere de individuos cabales, capaces de poner el talento al servicio de la vida.

El amor salva, es cierto, porque el odio ni el resentimiento nunca serán la vía, el amor permite vislumbrar mejores rutas, da riendas a la sensibilidad y la ternura, elementales en tiempos difíciles, esos que en ocasiones encontramos con más nubarrones de la cuenta, pero que pueden ser diferentes si en ellos ponemos en primera línea al más universal de los sentimientos.

 

 

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