Hace unos días me encontré con José. Es un hombre que está al borde de los 80 años. De estatura que se empeña en casi tocar el Sol; bueno, esa es una exageración, sencillamente es alto, cual gigante de ébano, que no cree en los años y a diario acepta el desafío de retar esas décadas acumuladas.
José, conversador de primera, comunicador que no ha egresado de escuela alguna, pero diestro en eso de decir desde el corazón, estaba cantando, y su voz como torrente sorprendía a los que pasaban a su lado y reconocían hermosas melodías, pero también el encanto de su voz.
¿Le gusta cantar? Le pregunté. Un sí rotundo fue su respuesta. Me gusta cantar lo bueno, todo lo bello, como decía José Martí. Es que la música nuestra, la verdadera música cubana es preciosa, es un regalo insuperable, un preciado tesoro; pero sabes una cosa, me preocupa, que los más jóvenes desconozcan piezas como Longina, Lágrimas negras, Oh vida. Eso me preocupa.
¿Y es por esa razón que usted siempre se hace acompañar de esas canciones de ayer?
¿De ayer?, bueno sí, de ayer, porque fueron escritas ayer, pero esas canciones son para hoy y toda la vida. Sus letras, y para eso no hay que ser muy entendido, expresan sentimientos sanos, amor, alaban la belleza de la mujer, cantan a esta tierra bella; pero, porque siempre hay un pero, en ocasiones escucho cada canciones, tan vacías… Ahora cualquiera se graba y se multiplican letras necias, y yo me digo ¿qué vamos a hacer con esos grandes de nuestra música? ¿Qué vamos a hacer para que los que van creciendo conozcan a Benny Moré, Elena Burque y sepan de canciones como “Mercedes”, “Aurora”, “Doble Inconciencia”, “Longina” y “Santa Cecilia”.?
Y dígame José, ¿sabe qué se puede hacer? Primero que pronunciar palabra alguna, estuvo el brillo en su mirada, pícara, retadora. Quizás un segundo de silencio y la respuesta rotunda.
Yo sé lo que tengo que hacer. Cantar, y siempre le comento a quienes me rodean quiénes fueron el Bárbaro del Ritmo, la Señora sentimiento, esas grandes voces que no se pueden perder en el silencio. Por eso yo canto y seguiré cantando mientras pueda.
Y seguí mi camino, tras esa despedida obligada porque me esperaba una nueva jornada de trabajo, más, no faltó el abrazo como la bendición oportuna que un padre profesa a sus hijos, en esa manera inigualable de demostrar afecto.
Mientras caminaba escuchaba su voz, y sé que otros también como yo agradecieron ese inicio de mañana tan especial.
Aplaudo desde el corazón a José y a esa manera sabia de defender esa música que nunca muere y que también merece el aplauso mayor.