Ahora el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil cobra un sentido nuevo. La tierna raíz de la familia que casi encantó al poeta tras su regreso de la noche, le confiere una razón de reencuentro al mejor palacio ante la dramática emergencia epidemiológica de este tiempo. Y otra vez el tributo a Hans Christian Andersen supone necesariamente la vuelta al libro, analógico o digital, pero el mismo amigo amoroso y bueno que nos prepara en el vivir.
Tuvo el genio danés una difícil existencia en su niñez. Y tal vez esa coyuntura suya se transpuso por el portento de la obra en canon literario del mundo. A pesar de la fe en Dios tan constante en los relatos, de la acción de las hadas innumerables, los pequeños héroes de sus cuentos tendrán uno a uno la obligación de remontar pruebas y hasta sucumbir en ellas.
Desde Hans Christian Andersen, quien obviamente bebió de una tradición anterior, y hasta de páginas ya consagradas en blanco y negro, comprendemos mejor que antes como ahora, la infancia dista mucho de ser un mundo paradisíaco color de rosa, sin conflictos, sin sufrir, sin el morir.
Recuerdo en esta jornada al siempre presente Premio Nacional de Edición Esteban Llorach Ramos, tan atento a ese legado tejido por Andersen, donde el pensamiento científico constituye suceso holístico con los milagros y la fantasía. En los relatos del danés, por ejemplo, se encuentra el agua, único elemento de veras reciclable. Está claro que ese sorbo que vence a la sed, pudo ser fuente de un dinosaurio. En un cuento de Andersen, nadie podría negar que una gota azarosa sea el rocío o una lágrima.
Por eso, vida y muerte andan juntos, sin ningún tabú en la obra del genial narrador y poeta de Dinamarca, nacido el dos de abril de 1805. Es como una ley de cada página de un hombre grande. En La Edad de Oro de José Martí, también la muerte cabalga en la palabra. El Maestro insiste en que no es tan fea, y hasta se toma el trabajo de describir el cadáver decapitado del Padre Hidalgo. Pero México es libre, recalcó.
Aún nos conmociona la suerte de aquella vendedora de fósforos, que fue feliz en su muerte, que vio parajes hermosos en el viaje último, de la mano de su abuela entrañable. Siempre habrá un crecimiento humano desde el libro sincero, con personajes encantados y de carne y hueso a la vez, donde concurren Andersen y una legión de amigos inolvidables que jamás se cansaron de tejernos la urdimbre de hoy y de mañana.