Ganó Alemania. Ganó el mejor. Y conquistó su cuarto Mundial, en América, donde nunca antes había triunfado un equipo europeo. No porque el fútbol sea “un deporte que practican dos equipos de once jugadores en el que siempre ganan los alemanes”, como proclamó en su día con jocosidad Gary Lineker, no; sino porque sencillamente el fútbol germano lleva mucho tiempo haciendo bien las cosas.
Hace unos días, lo apuntábamos aquí mismo: cómo después de caer 3-0 contra Croacia en los cuartos de Francia 1998, la Federación Alemana estableció un “programa de formación de talentos” para más de 20 mil jóvenes entre los 11 y 17 años, del cual emergieron numerosos jugadores de la selección actual como Manuel Neuer, Jerome Boateng, Toni Kroos, Thomas Müller o André Schürrle. Y en el camino descubrió además un nuevo estilo de juego al que aferrarse, más comprometido con la pelota, de mucho toque e ingenio para explotar los entresijos del rival, frente a aquel que solía enarbolar antes, consistente en bombardear el área contraria con centros y más centros para que anotase algún jugador grandote.
Es por eso que a esta Mannschaft, tan estética como una orquesta de violines, no le pega ya aquella vieja etiqueta de “tanques alemanes”. Y en ello se nota sin duda la mano de Joachim Löw como la de Jürgen Klinsmann, su predecesor en el banquillo. Para entender la revolución que ambos han encabezado no hay más que rever la final que disputaron los teutones junto a Brasil en el 2002 y compararla con esta.
Un partido desde luego lo puede ganar cualquiera, como de hecho pudo haberlo conseguido ayer Argentina desde el esfuerzo y la garra, si no hubiese dilapidado las ocasiones que tuvo; pero Alemania acabó cosechando a la larga los frutos de un trabajo muy serio. Desde el 2006 ninguna otra selección ha sido semifinalista en cuanto certamen ha participado, lo que refleja a las claras la estabilidad de su rendimiento y realza el valor de su conquista. Totalmente merecida.
Aterrizando sobre lo que aconteció sobre el césped entonces, quizá sea válido describir la final como un choque más interesante que bello, más emocionante que divertido, y que se estiró hasta la prórroga, manteniendo la tónica de los últimos años: en el 2006, ya saben, se resolvió con un triunfo italiano en la tanda de penales, en el 2010 con la agónica diana del español Iniesta.
Así que otra vez el gol, principal invitado de la fiesta, no se hizo presente sino hasta el último momento, en un duelo donde ambos equipos, cada uno con sus armas, se dedicaron a estresar a sus aficiones con golpes que pudieron ser gol y acabaron en nada. Desde el fallo inexplicable que protagonizó Higuaín solo, solísimo ante Neuer, tras un error clamoroso de Kroos habilitándolo, hasta el otro mano a mano que Palacio dilapidó hecho un lío en el tiempo extra; transitando, claro está, por el cabezazo que Höwedes estrelló contra un poste en un corner al filo del descanso y el disparo seco de Schürrle que repelió Romero, entre otras escaramuzas menores.
Caía la noche en el Maracaná, por tanto, y muchos se aprestaban sicológicamente para los penales, viendo cómo ambos equipos acusaban el desgaste. Solo que los alemanes tenían una hoja de ruta a la que remitirse, mientras que la albiceleste, semifundida, apenas atinaba a buscar a Messi, confiando en que frotara por fin la lámpara. Esto último, en realidad, resultó en vano, porque sin ningún socio en que apoyarse, el 10 albiceleste terminó rebajado a la condición de “jugador común y corriente”, y Alemania acabó por adueñarse de la pelota.
Hasta que en una de esas Mario Götze, el teutón más fresco, apareció de la nada, tras un desborde de Schürrle por la izquierda, y durmió su preciso centro con el pecho, dejando bajar la Brazuca justo a la altura justa para empalmarla de volea y fulminar a Argentina, ante la mirada impotente del arquero Romero. Corría el minuto 113 y Alemania, que acudía ataviada como gran favorita, no quiso aplazar más su celebración en el Maracaná, recogiendo la corona que cediera España.
Final: Alemania, 1-Argentina, 0 (Götze, min. 113). Tercer puesto: Brasil, 0 – Holanda, 3 (Van Persie, 3; Blind, 17; Wijnaldum, 90+1).