Si la política internacional fuera una competencia olímpica, Estados Unidos estaría muy lejos del podio en su carrera contra la República Popular Democrática de Corea (RPDC).
Los juegos de invierno que se celebran en Corea del Sur son el escenario de una de las jugadas diplomáticas más audaces en la historia reciente de la península, marcada por la confrontación desde mediados del siglo pasado.
Pyongyang, en medio de la escalada de la retórica belicista de Washington, decidió extenderle un ramo de olivo a su vecino y participar de manera conjunta en las Olimpiadas de Invierno de PyeongChang, una ciudad ubicada al este de Seúl, la capital surcoreana.
No fueron pocas las barreras a sortear para materializar el gesto, desde el Comité Olímpico a los arreglos logísticos de última hora. Para hacernos una idea, fue necesario una dispensa especial para poder ondear la bandera norcoreana en la villa deportiva. La legislación sobre seguridad nacional surcoreana penaliza los elogios a su vecino del norte y el uso de sus símbolos con penas de hasta siete años de cárcel.
Técnicamente ambos países permanecen en estado de guerra ya que el conflicto de 1953 se selló con un armisticio y no con un tratado de paz.
Pero los acontecimientos recientes superan el ámbito simbólico. La delegación norteña a los juegos está encabezada nada más y nada menos que por Kim Yo-jong, alta funcionaria del Partido de los Trabajadores y hermana del presidente Kim Jong-un.
Su presencia en territorio del sur es un acontecimiento histórico. Es el primer miembro de la familia Kim que visita el país vecino desde la Guerra de Corea (1950-1953). Además, los objetivos de su presencia no se circunscriben a las formalidades sociales.
Yo-jong llevó una carta manuscrita del presidente Kim Jong-un en la que invita a su par surcoreano a reunirse en Pyongyang. Un evento de ese nivel no ocurre desde que su padre, Kim Jong-Il, se encontrara con Roh Moo-Hyun hace más de una década.
El mandatario surcoreano, Moon Jae-in, basó su campaña electoral del año pasado en la promesa de un acercamiento con el norte y la invitación recibida lo pone entre la espada y la pared con su principal aliado, Estados Unidos.
La reciente calidez de las relaciones intercoreanas preocupa a Washington, cuyas sanciones económicas han fracasado en disuadir a la RPDC de su programa nuclear. Pyongyang asegura que tiene objetivos defensivos y el armamento estratégico constituye una garantía de supervivencia frente a la agresividad norteamericana.
En cualquier caso, lo cierto es que las proyecciones de bajas en caso de una confrontación bélica en la península son uno de los principales frenos de una solución militar al conflicto coreano, según reconocen desde el propio Pentágono.
A lo anterior se suma ahora el nuevo frente diplomático abierto por la RPDC, que seguramente no estaba en los planes de la Casa Blanca de Trump, más dada a las bravuconerías que a las sutilezas del tablero geopolítico global.
No sabemos cuál será el desempeño deportivo de Pyongyang en las olimpiadas, pero en el terreno diplomático sin dudas ya merece una medalla de oro.