Recuerdo a Laura cuando era pequeña haciendo planes para el mañana , y mientras que otras niñas de su edad deliraban con ser enfermeras, cantantes, bailarinas o maestras , mi querida aliada solo apetecía ser mamá .
Jugaba con sus muñecas, le susurraba melodiosas tonadas que aprendió de la abuela en medio del lomerío entre el canto de la luciérnaga y la cigarra; les cambiaba el vestuario , unas veces para salir de paseo, otras con batones blancos cocidos por sus diminutos dedos a punto de cadeneta para ir a dormir. Desde entonces observándola enternecida pude adivinar que mi muchacha sería una madre venerable.
Los años han transcurrido y hoy Tatica, como continuo llamándola, exhibe airosa sus 24 abriles. Ahora sus pechos, botones en floración, se han convertido en dos manantiales tibios, de los cuales se sustenta su crío, retoño de su vientre amasado en noches de adoración y divinidad.
Y se le ve tan linda! Sus pupilas consternadas por el gozo del mozalbete dan señales de que llegan a su instinto maternal acrecentando los raudales del suculento bálsamo nacido de sus entrañas.
En los tiempos libres se sienta frente a la computadora para terminar la tesis de maestría sobre atención primaria a niñas y niños con dificultades para la comunicación en los primeros años de vida porque es tanta su fe por la infancia que dio su voto por la defectologia ofreciendo sus solícitas intuiciones a otras criaturas.
Para mi Laura las noches son infinitas, huelen a jazmín y a lisonja allá en la penumbra al lado de la cuna, iluminada por el candor de sus mejillas, mezcla de las nanas que su octogenaria le enseñó, con el ruido ocasionado por el balance para dejar en limpio la bocanada de leche que sisada por los labios menudos de su bebé, fortifican su espíritu, colmándola de luz y esperanza.
Es algo así difícil de percibir; pero yo, que la conozco de cuando las palmas de sus manitos no eran más que dos ventanas reclamando al futuro, sé que en su rostro se asoma el agradecimiento a la vida, por la maternidad.