Ni los rusos ni el terrorismo ni los movimientos separatistas, la mayor amenaza en la actualidad para la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es el fuego aliado que llega desde Washington y las intenciones del presidente Donald Trump de pasar factura a sus socios europeos por los gastos de guerra.
“Varios países de la OTAN, que debemos defender, no solo no mantienen su compromiso de 2% (lo que es bajo), sino que desde hace años son morosos por pagos que no se han depositado. ¿Se lo reembolsarán a Estados Unidos?”, tuiteó este martes Trump desde el avión presidencial que lo transportaba a Bruselas, Bélgica, para participar en una cumbre del bloque militar.
Su declaración en la red social constituye la última de una serie de duras críticas a la alianza por lo que considera un “trato injusto” hacia los Estados Unidos, el país que creó el bloque al comienzo de la Guerra Fría como parte de su estrategia para contener el avance del comunismo.
Pero, cerca de tres décadas después de la caída del campo socialista y la desintegración de la Unión Soviética, la administración Trump parece decidida a revalorar la pertinencia de subvencionar una parte considerable de los gastos de defensa europeos.
Su postura amenaza con introducir una quinta columna y debilitar la unidad del bloque en el terreno militar, precisamente en momentos en que Europa enfrenta el terremoto político del Brexit, la fractura en torno al fenómeno de la migración masiva y un fortalecimiento de la posición geoestratégica de Rusia.
A pesar de los retos en el horizonte, los 29 países miembros de la OTAN se reunirán este miércoles y jueves en el nuevo cuartel general del bloque con la vista fija en la delegación norteamericana.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo en conferencia de prensa que el gasto en defensa y el reparto de cargas serán prioridades en la agenda de la Cumbre.
La manzana de la discordia
Los países miembros acordaron en el 2014, durante la cumbre de Gales, incrementar los gastos en defensa y ubicarlos en torno al 2 % del Producto Interno Bruto de cada nación.
Hasta el momento, solo ocho países han cumplido y los pronósticos hasta el 2024 no muestran señales de que se vaya a alcanzar la meta.
El discurso de la actual administración republicana enfatiza el hecho de que las tropas estadounidenses están en mayor disposición de acudir en defensa de los intereses europeos que sus propias fuerzas.
Las cifras publicadas este martes por la Alianza muestran que el presupuesto nacional en defensa de Estados Unidos representa dos tercios del conjunto de los aliados en 2018.
Según precios constantes desde 2010, Washington dedica unos 623 241 millones de dólares a los gastos militares en relación con los 935 557 millones de los 29 aliados en total.
Sin embargo, la comparación puede ser engañosa. Mientras Estados Unidos se autoasigna responsabilidades como policía del mundo, sigue comprometido con dos guerras fracasas en Oriente Medio y mantiene conflictos latentes en diversos puntos del orbe, muchas naciones europeas tienen menos incentivos para gastar su dinero en el campo militar.
Otro aliado tradicional, Canadá, ya se desmarcó de las exigencias estadounidenses. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, dijo el martes que su país no duplicará el presupuesto militar.
No existen planes para elevar nuestros gastos de defensa, dijo el gobernante tras culminar su visita a Letonia y dirigirse a Bruselas, Bélgica. Según nuevas cifras publicadas este martes por la cadena CBC News, Ottawa asigna solo 1,23 por ciento de su PIB a ese rubro.
La verdadera guerra de Washington
Resulta difícil creer que los asesores de Trump e incluso el propio mandatario desconozcan el contexto y los límites de acción de sus principales socios.
Declaraciones recientes de Trump indican que sus intenciones no se limitan al terreno militar, sino que las presiones a la OTAN forman parte de una estrategia más abarcadora en el terreno económico, la verdadera obsesión del mandatario.
“Estados Unidos gasta mucho más que cualquier otro países para protegerlos (a los europeos). No es justo para los contribuyentes. Y encima perdemos 151 mil millones de dólares en el comercio con la Unión Europea, que nos carga con grandes tarifas y barreras económicas”, señaló en la red social Twitter algunas horas antes de emprender su viaje.
“La unión europea hace imposible para nuestros granjeros, trabajadores y compañías hacer negocios en Europa, y luego quieren que acudamos felices a defenderlos en la OTAN, y tranquilamente pagar por ellos. Simplemente no funciona”, añadió.
Aunque la retórica proteccionista de Trump es aún un misterio para los analistas, pues nadie se arriesga a pronosticar hasta qué punto está dispuesto a llevar sus palabras, especular con uno de los pilares de la seguridad nacional de los Estados Unidos, como es la OTAN, resulta cuando menos temerario.
Roosevelt y Churchill, Johnson y de Gaulle, Reagan y Koh o Bush y Blair, la alianza entre los líderes occidentales le ha dado forma al último siglo, para bien o para mal. Sin embargo, Trump se interna en un territorio desconocido.
Una cumbre a prueba de Trump
Los problemas con Washington no se limitan al dinero. El secretario general de la OTAN reconoció que los “desacuerdos” con Trump abarcan áreas como el comercio, el cambio climático y el acuerdo nuclear iraní.
“Una de mis principales responsabilidades es que, mientras los acuerdos sobre comercio sigan sin resolverse, minimicemos el efecto negativo en la cooperación dentro de la OTAN”, añadió Stoltenberg.
De hecho, los organizadores de la cita buscan hacerla “a prueba de Trump”. Su peor pesadilla sería la repetición del escenario de la pasada cumbre del G7, que terminó con el mandatario norteamericano desmarcándose de los documentos oficiales y con ataques personales hacia algunos de los líderes.
De acuerdo con fuentes internas, todos los borradores de los documentos que se firmarán ya han sido aceptados de manera unánime a nivel de asesores.
En el salón donde se reunieran los mandatarios no estarán permitidos los equipos electrónicos, incluidos los teléfonos. Trump, en teoría, no tendrá acceso a Twitter ni a las redes sociales donde suele iniciar sus polémicas.
Pero, como demuestra la experiencia, nada garantiza que el presidente estadounidense no inicie las hostilidades, incluso contra sus principales aliados.