Hace 45 años, el deceso de Charles Chaplin era la noticia. La progresiva demencia senil le apartaba del mundo, el asma le privaba del oxígeno, pero el genio se apegaba milagrosamente a la vida. Pero le sobrevino una hemorragia cerebral: el corazón y el pensamiento se detuvieron a las 04:00 horas de la fría madrugada suiza del 25 de diciembre. Pareciera una curiosa paradoja: algún deudo cercano decía que a Chaplin le disgustaba la Navidad, porque la fecha le recordaba la dolorosa precariedad sufrida en su infancia.
Chaplin nació en Londres el 16 de abril de 1889, solamente cuatro días antes del alumbramiento en la pequeña ciudad fronteriza austríaca de Braunau Am Inn del dictador fascista Adolf Hitler. (El filme El gran dictador tendría a lo mejor un mensaje otro desde la Numerología, del Horóscopo y de las Cartas Astrales.)
El cineasta más famoso de todos los tiempos tenía al morir 88 años, y aquella pasión suya del séptimo arte pareció acompañarlo más allá de su muerte. Por ahí está el filme El precio de la fama, del director Xavier Beauvois, basado en los hechos demasiado reales ulteriores al deceso del hombre de Tiempos Modernos y Luces de la ciudad: el secuestro del cadáver de Charles Chaplin poco tiempo después de su partida.
Ahora poca gente recuerda que los dos autores del robo del cadáver de Chaplin, el polaco Roman Joseph Wardas, de 21 años, y el búlgaro Gandscho Ganev, de 38, disfrutaban en Suiza del status de refugiados políticos. Aquellos “héroes perseguidos” por el comunismo de la Europa Oriental, devinieron en profanadores de tumbas, autores del macabro secuestro de un cadáver con la intención de exigir un rescate a la familia de Chaplin. La viuda del formidable comediante, Oona O´Neill, repetía una y otra vez que “Chaplin lo hubiera encontrado ridículo”.
La muerte de Chaplin se conecta, pues, con uno de los hechos delictivos calificados como de los más abominables y rocambolescos de los últimos tiempos. El polaco y el búlgaro enviaban fotografías del ataúd robado para probar ante la familia la veracidad de sus palabras. Primeramente exigieron 600 mil dólares. Luego bajaron a 600 mil francos suizos, y más tarde a 500 mil.
La familia de Charles Chaplin se decidió al fin a colaborar, es decir, que la policía les interviniera los teléfonos, y tras un operativo sobre doscientas cabinas telefónicas de Lausanne, las presuntas víctimas del socialismo del este europeo, en realidad deleznables delincuentes, fueron capturados.
El cadáver de Charles Chaplin regresó al camposanto de Corsier-Sur-Vevey, pero ya bajo una espesa capa de hormigón de casi dos metros. La muerte del célebre director hace 45 años, fija en la documentación histórica casi una novela negra, pero difuminó a una de las sagas de creación más impresionantes de cualquier tiempo.
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