Salvar el patrimonio: el tributo mejor a Marta Arjona Pérez

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Nació Marta Arjona Pérez el 3 de mayo de 1923 en La Habana. En las notas biográficas al uso, mayoritariamente centradas en la creación plástica y en su papel como defensora del patrimonio cultural cubano, a menudo no se incluye que esta artista relevante venía de una estirpe mambisa bastante cercana, lo cual explica –o confirma—su pasión por los legados material y espiritual de su Patria.

En efecto, el abuelo médico que ella no conoció, el padre constructor del núcleo familiar de Marta Arjona Pérez, fueron insurrectos en la Guerra de 1895, la de Martí. La madre de aquella alma sensible conoció al Titán, y pergeñó en testimonio un cuadro humanísimo del Lugarteniente General del Ejército Libertador.

Desde el amanecer de la existencia de la creadora, cada recuerdo fue un compromiso de amor a su tierra, y un ejercicio vital para la memoria afectiva, para conferirles el exacto valor al documento, a la palabra, a la historicidad de cada sitio.

En el Museo de la Cerámica ha de permanecer alguna pieza de alto valor artístico que cierta vez nació de sus manos. En esa disciplina de la tanta conjunción de la arcilla con el fuego, quedó grabado el talento de Marta Arjona Pérez, quizá para siempre. Y en esa misma suerte, habrá obra dispersa en el dibujo, en el modelado. Su impronta en el muralismo cubano permanece en lugares entrañables de la capital cubana.

No debe olvidarse la filiación política de esa entrañable mujer, como militante del Partido Socialista Popular. Fue un componente prístino, que siempre supo y quiso asumir a pesar de las coyunturas adversas. Estuvo entre aquella gente que con obra y ardor se opuso resueltamente a la II Bienal de Arte Hispanoamericano, patrocinada por el régimen fascista español y por la dictadura batistiana.

Pero su legado mejor, el más grande, como apuntábamos al principio, se inscribe en la saga de salvaguardar la herencia cultural de su pueblo, los sitios, los monumentos, los lugares por donde campeó el heroísmo, o donde brilló el genio de sus hermanos, o la oralitura compartida ya por millones, que nos identifica, que nos multiplica la vocación de ser cubanos y la voluntad de serlo, como sostiene cada página de pensamiento revelador.

Las relatorías del universo del mester la recuerdan en la difícil tarea de dirigir al Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Una y otra vez dijo que en la cotidianidad cubana, incluso al frente de tareas que definen, había mucha gente inconsciente, que no tiene sentido claro del valor de las cosas, y menos de su historia. Y escribió textos reguladores y preparó especialistas, para proteger cada joya identitaria.

Cuando asistimos a un patrimonio azucarero herido, a la increíble historia de una locomotora de significativo valor, perdida sin remedio, entendemos mejor que no es hora de desmovilizarse. El centenario de Marta Arjona Pérez, subraya la idea de hacer conciencia, de enfrentar entuertos, de no cansarnos jamás.

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