La Cumbre de Buenos Aires confirmó la nueva primacía del progresismo en América Latina. Esa vertiente apadrinó en el 2010 a un organismo, que por primera vez integran los 33 países de la región, con la presencia de Cuba y la exclusión de Estados Unidos.
A este evento de la CELAC concurrieron los presidentes de centroizquierda recientemente electos (Lula, Petro), junto a otros de la oleada previa (Arce, Boric, Xiomara Castro) o sus delegados (López Obrador). El anfitrión (Fernández) sumó además al exponente de un proceso revolucionario (Diaz Canel) y a voceros del mandatario más impugnado por los medios de comunicación (Maduro). Las críticas al golpismo y las denuncias de la derecha que prevalecieron en la reunión confirmaron la tónica progresista del encuentro.
Los pocos presidentes del bando opuesto optaron por el ausentismo (Lasso) o un incómodo aislamiento (Abdo, Lacalle). En su disonante intervención el mandatario uruguayo lamentó el sesgo ideológico de la CELAC, como si los organismos que enaltece la derecha fueran entes imparciales y ajenos a cualquier alineamiento.
Pero la queja del presidente oriental simplemente ilustró el retroceso de su sector. Ese declive ya salió a flote el año pasado, en el primer relanzamiento de CELAC que motorizó López Obrador. En esa ocasión, Duque, Bolsonaro y Piñera optaron por el faltazo y dejaron a Lacalle y Abdo pataleando en soledad.
El resurgimiento de CELAC es particularmente doloroso para los exponentes de la restauración conservadora. En la década pasada congelaron a esa institución junto a UNASUR. Este último organismo perdió siete de sus doce integrantes originales y estuvo al borde la clausura, cuando el presidente de Ecuador auspició el cierre de su sede en Quito.
Para disimular este repliegue los medios hegemónicos optaron por descalificar la Cumbre de Buenos Aires, subrayando su inoperancia y sus discordancias internas (Pagni, 2023). Pero omitieron reconocer la crisis muy superior que afrontan los rivales de la OEA y el Grupo de Lima. La parálisis del primer organismo y la disolución del segundo evidencian ese repliegue.
La derecha enmascaró su pérdida de posiciones con un escándalo contra Maduro. Bullrich llegó a demandar la detención de un mandatario extranjero y presentó como una gran victoria el desistimiento de ese viaje.
Maduro fue objeto de incontables atentados y hace pocos meses Cristina lidió con un fallido asesinato. Son por lo tanto muy atendibles las justificaciones de seguridad, que expuso el presidente venezolano para ausentarse. Hay que recordar además la retención de un avión de ese país por los jueces macristas, frente a la total inacción del gobierno de Fernández.
La derecha no exhibió igualmente ninguna capacidad para obstruir la presencia de Maduro. Su nivel de convocatoria fue irrisorio, en comparación a los manifestantes que rodearon el evento con demandas democráticas y antiimperialistas. Los grupos reaccionarios simplemente fueron inflados por los medios y pasaron desapercibidos en las calles. Maduro no decidió el faltazo por temor a la confrontación con esas bandas. Estimó conveniente ausentarse, para no interferir en el curso político de la reunión.
El motor de ese relanzamiento es la reconstitución del MERCOSUR. Lula suscribió con Fernández un ambicioso acuerdo para recrear la integración de ambas economías en 15 áreas, complementadas por 14 ejes de convergencias políticas. Por esa vía el mandatario brasileño aspira a reposicionar a su país al frente de la región, en las negociaciones con las grandes potencias.
Esa revitalización del MERCOSUR, exige recomponer previamente el equilibrio interno en Brasil entre dos sectores capitalistas muy disimiles: los agroexportadores y los industriales. Lula apuntala al primer segmento con el reinicio de las negociaciones para concretar el acuerdo de libre comercio del MERCOSUR con la Unión Europea. Macri y Bolsonaro estuvieron a punto de firmar ese convenio en el 2019, pero no lograron vencer las prevenciones del protegido agro europeo (especialmente francés), contra el potencial aluvión de exportaciones competitivas desde Sudamérica.
El promocionado signo común (Sur) cumpliría en los hechos esa función y complementaría los mayores créditos que proveería Brasil a su cliente argentino, para financiar las consiguientes exportaciones.
Este esquema es muy corriente en la actividad comercial de otras regiones y tuvo un esbozo en los países del ALBA con el Sucre. Pero se encuentra muy lejos de la moneda común o el fondo de estabilización compartido que cimentaría una Nueva Arquitectura Financiera (Gambina, 2023). Favorece por ahora un gran incremento de las ventas del empresariado brasileño.
La recreación del MERCOSUR también requiere la permanencia de Uruguay, que tantea un tratado de libre comercio con China. El establishment de ese país pretende multiplicar sus exportaciones de alimentos y no cuenta con ninguna industria amenazada por el esperable aluvión de importaciones asiáticas. Paraguay no ha definido hasta ahora si ensayará un rumbo de ese tipo.El MERCOSUR afronta, por lo tanto, serias dificultades internas para transformar a la CELAC en un gran motor de la integración latinoamericana. Este segundo organismo incuba, además, una fuerza disgregante en su propio entorno.