Marcha de las Antorchas, torrente atronador de luz

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Para que el Apóstol no muriera en el año de su Centenario, miles de antorchas se encendieron en la víspera de aquel 28 de enero. Partieron desde la Escalinata de la Universidad hasta la Fragua Martiana. Un torrente de luz desafiaba la oscuridad de la Cuba de entonces.

El extraordinario acto, organizado por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), sumó a obreros, campesinos, desempleados. Los unía el Congreso Martiano por los derechos de la juventud que sueña y reclama resolver sus problemas de forma pacífica, civilizada.

Le antecedía un mar de sangre, secuela de los crímenes cometidos por la tiranía y la persecución a los jóvenes que estaban dispuestos a cambiar el rumbo político de Cuba.

La tiranía de Batista se negó a concederles el permiso a los jóvenes para que efectuaran la actividad, pero esto no los amedrentó, por el contrario, les dio todo el valor necesario para llevar a cabalidad sus propósitos.

Esa noche, sus antorchas se convirtieron, además, en armas de defensa, con clavos por si eran agredidos por los esbirros de la dictadura.

Cogidos de las manos, impregnados de júbilo y dueños de la verdad y la razón desfilaron unidos, Fidel entre ellos, acompañado de algunos de los jóvenes que participaría en julio en el asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

Era torrente atronador de luz, que hizo vibrar las calles de la capital cubana. La Generación del Centenario entraba en la historia, rindiéndole tributo al hombre que inspiró con sus ideas la obra de la Revolución. 

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